¿Qué tal crees que se te da conducir?, ¿dirías que mejor o peor que a otras personas? Probablemente habrás dicho que mejor. Lo sé porque un estudio reciente ha encontrado que el 98% de las personas piensan que son mejores que el 50% de la gente. Y esta afirmación se aplica en cualquier cosa.

Si hay un cliché que se dice mucho es el de que las personas hoy día tienen una baja autoestima, y que esto nos lleva a restar importancia a nuestras mejores cualidades. De hecho, está de moda el término “síndrome del impostor”, un fenómeno que se produce cuando “a pesar de las evidencias externas de su competencia, aquellos con el síndrome permanecen convencidos de que son un fraude y no merecen el éxito que han conseguido”.

Evidentemente este fenómeno existe pero, ¿es mayoría? La investigación demuestra lo contrario: independientemente de nuestra confianza, no lo hacemos tan bien como pensamos. Tampoco somos tan atractivos, competentes, simpáticos… y la lista continúa. Cuando nos ponemos “nota” más bien pecamos de redondear demasiado para arriba.

Jonathan Freeman, profesor de psicología en Goldsmiths, en la Universidad de Londres, realizó este estudio para una compañía aérea, encontrando que el 98% de nosotros nos consideramos más “agradables” que la mitad de la población, entendiendo agradables como más altruistas, empáticos, simpáticos, etc.

En cuanto a la belleza, probablemente recuerden una campaña de Dove que se hizo viral en la cual una serie de mujeres se describían a sí mismas y en base sólo a sus descripciones un artista las pintaba, para después repetir el mismo proceso pero con la descripción de una tercera persona. De forma que quedaban dos dibujos: cómo la mujer pensaba que era y cómo la veían los demás. El eslogan de la campaña era: “Eres más bella de lo que crees” (el vídeo es este.

La idea es bastante atractiva y positiva. Tal vez demasiadas mujeres están descontentos con su apariencia, no niego eso. Sin embargo, lo que Dove dice, en general para todo el mundo, no es cierto. La investigación psicológica sugiere, en cambio, que tenemos tendencia a pensar en nuestra propia apariencia de forma mucho más positiva a como es realmente. La evidencia más directa proviene del trabajo de Nicholas Epley, de la Universidad de Chicago, y Erin Whitchurch, de la Universidad de Virginia.

Los investigadores tomaron fotografías de los participantes del estudio y, utilizando un procedimiento informático, produjeron versiones sutilmente más atractivas. Se les dijo la verdad, que algunas eran su imagen original y otras estaban modificadas, y se les pidió que identificaran la imagen sin modificar. Tendían a seleccionar la atractivamente mejorada, convencidos de que ellos eran así en realidad. Además, Epley y Whitchurch mostraron que las personas muestran este sesgo sólo para sí mismos, no para los extraños, pues el mismo procedimiento se aplicó con una imagen de un desconocido —previamente visto en persona— y tendían a seleccionar la imagen sin modificar del extraño.

Sin embargo, la percepción exageradas de la apariencia es solo una más de las manifestaciones generales que los psicólogos llaman "automejora”. Aplica con casi todo, la mayoría de las personas creen que son superiores a la media, una evidente imposibilidad estadística.

El 93 por ciento de los conductores se califica a sí mismo como mejor que el conductor de promedio. En los profesores de universidad, el 94 por ciento dice que hace su trabajo por encima de la media. De hecho, puede ocurrir hasta con cosas que no tengan nada que ver con la habilidad: la gente piensa que es menos susceptibles a la gripe que otros. Si me dices que los sesgos de automejora no se aplican a ti, no estás solo: la mayoría de las personas afirman que son más precisos que otros para autoevaluarse.

Las teorías varían en cuanto a las razones de estos efectos "por encima del promedio”, pero los investigadores parecen estar de acuerdo en que es una herramienta social. Nos engañamos a nosotros mismos inconscientemente, de manera que podamos ganar confianza a sabiendas, y así nuestras interacciones van mejor.

De todas formas, puede que Dove no mintiese del todo, desde el momento en el que todas las que se describían a sí mismas eran mujeres. Tal vez te suene esta charla de Sheryl Sandberg, en la que trata el tema de por qué hay tan pocas mujeres líderes o en la cima de sus profesiones. El discurso de Sheryl gira en torno a que las mujeres se subestiman más que los hombres lo cual las incita a no luchar por destacar. Si fusionamos la investigación existente, no es exactamente así. Nos sobreestimamos en general todos, no obstante, es cierto que el género femenino parece corregirse antes.

Esta teoría se puso a prueba sin pretenderlo en un estudio con equipos de MBA —participaron 169 varones y 52 mujeres, con una edad media de 30 años y con alrededor de seis años y medio de experiencia laboral—. Todos los estudiantes inicialmente se calificaron más alto en cada competencia disponible que sus compañeros, apoyando la idea de que la gente sobrestima sus competencias. La idea del estudio era ver si con retroalimentación grupal esa percepción inflada disminuye.

Efectivamente, con el tiempo, la autoevaluación inflada disminuyó en respuesta al feedback recibido de los demás.

Por lo tanto, los resultados mostraron que los puntos de vista de las propias habilidades bajan después de recibir retroalimentación. Los resultados y comentarios de los demás nos lleva a compararnos y ajustar nuestras autoevaluaciones. Sin embargo, este efecto fue más fuerte en las mujeres. Se encontró que las mujeres alinean mucho más rápido su ego o autoconciencia con la realidad, o incluso por debajo de ella, en base a la retroalimentación que reciben. Los hombres continúan más tiempo racionalizándose por encima e inflando su imagen de sí mismos. Es decir, las mujeres no son inmunes al fenómeno de la “automejora” pero sí mucho más sensibles a la retroalimentación.

De todas formas, seas hombre o mujer, lo cual en realidad no es lo importante, el caso es que el feedback es positivo y lo que necesitamos para alinear la percepción que tenemos con el potencial que en realidad poseemos. Nos duele, la verdad a veces es incómoda y hiere nuestro ego, pero no somos tan buenos como creemos, y para saber la realidad necesitamos que no los lo digan.

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