Según el cineasta Andrei Tarkovsky, el cine es un mosaico hecho de tiempo. El séptimo arte es la única forma de expresión capaz de percibir la realidad tal como es. Su naturaleza reside en manipular el tiempo y el espacio, resultando en una travesía espiritual que danza frente las córneas de los espectadores mientras las imágenes son cinceladas en sus inconscientes.

Quiero subrayar una vez más que el cine, al igual que la música, opera con realidades. Por eso estoy en contra de los intentos de los estructuralistas de considerar el plano como signo de otra cosa, como resultado de un sentido. Esta es una transposición meramente formal, falta de crítica, de métodos analíticos propios de otras artes. Un elemento musical no tiene intereses ni ideología. Y también un plano cinematográfico es siempre un fragmento de la realidad carente de ideas. —Andrei Tarkovsky

Para el director ruso, la función del cine es estimularnos espiritualmente; ayudándonos a encontrar la verdad mientras estamos rodeados de falsedades.

Si han leído "Esculpir en el tiempo", el libro en que Tarkovsky, sabrán que describe su concepción del cine y cómo esta fue evolucionando con cada nueva película que realizaba. Y notarán que en ningún momento habla sobre la importancia social o política de un filme, solo de su trascendencia espiritual y humana.

Todas las buenas películas son importantes de ese modo.

Este concepto de cine como experiencia trascendental humanística es compartido por la mayoría de cineastas y críticos. Es común escuchar a los directores de cine hablar de la importancia de los personajes y cómo los elementos que constituyen su humanidad son lo más interesante de su desarrollo a lo largo de una obra.

Esta es la razón por la que cualquiera de nosotros puede entender y amar una película, por ejemplo, húngara, a pesar de nunca haber visitado Hungría o conocer en lo más mínimo la cultura de dicha nación. Un mosaico cinematográfico genial trasciende las barreras culturales, ya que se expresa en un plano más alto y universal.

En todas mis películas me he esforzado por establecer lazos de unión que aúnen a las personas (dejando de lado los intereses meramente materiales). Lazos de unión que, por ejemplo, a mí mismo me unen a la humanidad y que a todos nosotros nos ligan con lo que nos rodea. Tengo que sentir imperiosamente mi continuidad espiritual y el hecho de que no me encuentro por azar en este mundo — Andrei Tarkovsky.

Los que no entienden esto son propensos a adjuntarle al cine una función que no le corresponde en lo absoluto. Etiquetando un arte entero como herramienta social o política.

Dicho fenómeno ha ocurrido de nuevo con las dos favoritas para mejor película en los premios de la academia, Moonlight y La La Land. Ambas películas excelentes, sin embargo, bastante diferentes.

Durante la vergonzosa ceremonia se evidenció lo que ya se venía venir, cientos de twitteros declaraban la "importancia" de Moonlight. Cómo debía ganar debido a su mensaje contra el racismo y la discriminación, tan latente hoy en día gracias a las políticas retrógradas de Donald Trump.

Como si retratar a un hombre negro de manera humana fuera un ataque contra el racismo.

Desde hace meses, muchos portales web decidieron criticar a La La Land por su falta de diversidad y el racismo inherente de su historia. Pintaban un panorama tal que parecía contradictorio afirmar que tanto La La Land como Moonlight son grandes películas.

Pareciera que hoy en día no puede existir un filme en el cual la mayoría de gente sea blanca porque es una muestra de racismo y discriminación. ¿Acaso no existen en la realidad lugares en que los blancos son mayoría? El doce por ciento de la población estadounidense es afroamericana. Sin embargo, en Moonlight no se ve ni un solo sujeto blanco, ¿por qué nadie la critica cuando su elenco es menos diverso que el de La La Land? Esto es lo más importante.

Algunos parecen pensar que el cine puede tener un efecto significativo en la vida real. No nos referimos a algo accidental y trivial como ya hemos mencionado antes. Sino a un fenómeno de mayor escala: reducir los niveles de racismo o ablandar los corazones de los más despiadados.

La realidad es otra: el cine y, en general, ningún arte es capaz de esto. No porque haya algo mal con ellas, sino porque no es su función. Como establecimos arriba, el séptimo arte trata a sus personajes de manera formal, es decir, retrata principalmente las características de su humanidad, algo que todos podemos entender. Por tanto, los asuntos sociales y políticos específicos se encuentran fuera de la jurisdicción del cine. Quizá una cinta pueda encender la chispa necesaria en el espíritu de un individuo para motivarlo a actuar, pero ese logro sería ajeno a la naturaleza a priori de la película.

El Ice Bucket Challenge tuvo un mayor efecto social que todas las nominadas al Óscar de este siglo combinadas.

La idea ingenua de que una película (o, en su defecto, cualquier otra obra de arte) puede generar un efecto político-social masivo es absurda. Ya vimos lo que sucedió con Spotlight el año pasado, le dieron el premio a mejor película que no merecía en lo absoluto y ¿qué ha sucedido desde entonces en contra de los curas pederastas? Nada, si acaso el asunto ha empeorado.

¿Moonlight merecía ganar? Por supuesto. Pero no por absurdos argumentos políticos, sino porque fue capaz de mostrarnos las dificultades a las que se enfrenta el protagonista de manera realista, a través del tiempo, con excelentes actuaciones y ejecutando una cinematografía hermosa.

Personalmente, La La Land me gustó más, pero eso no significa que Moonlight no me haya parecido excelente. Los sedientos de polémica buscarán rebajar a una para exaltar a la otra con frases penosas como: "Un melodrama de la supremacía blanca. Supone la inconsciente transición de la depresión obamista al conservadurismo trumpiano"; denotan un profundo desconocimiento de la naturaleza del cine que, lamentablemente, ha plagado Internet estos últimos meses, dificultando el ejercicio de una discusión cinematográfica seria y racional.

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