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"Vamos a apagar las luces para pasar inadvertidos y más tarde volveremos a llamar", dijeron los cooperantes españoles a la sede de Médicos del Mundo en Kenia. Se encontraban en el distrito ruandés de Ruhengeri y querían pasar inadvertidos para los milicianos tutsis.

Pero no volvieron a llamar. Los españoles recibieron un tiro en la cabeza, y fueron encontrados a la mañana siguiente en un charco de sangre. El miércoles 18 se cumplen 20 años del asesinato del médico Manuel Madrazo, la enfermera Maria Flors Sirera y el fotógrafo madrileño Luis Valtueña.

Los cooperantes se encontraban en la región de Gatonde, donde se vivieron momentos de tensión por la llegada de refugiados hutus procedentes de Zaire (actual República Democrática del Congo).

Tres años antes, Ruanda fue protagonista de uno de los genocidios más sanguinarios después de la Segunda Guerra Mundial. Las dos comunidades habitantes en Ruanda, los hutus y los tutsis, se convirtieron en asesinos y supervivientes.

Tras muchos años de tensiones y pequeños enfrentamientos, la muerte del presidente ruandés Juvénal Habyarimana en un accidente de avión en 1994 desató de nuevo la ira entre los grupos.

A pesar de que no se encontraron evidencias sobre la causa del accidente, la prensa y el Gobierno culparon a los tutsis de dicho atentado, lo que desencadenó un plan genocida preparado por el gobierno ruandés con el objetivo de exterminar a los habitantes de la raza tutsi, así como a los hutus moderados.

Así, se dio comienzo al Primer holocausto africano, en el que fueron asesinados entre 800.000 y un millón de tutsis y hutus moderados por el ejército, la milicia extremista Interahamwe y la población civil incitada por el Gobierno ruandés.

En los tres meses que duró el conflicto genocida, se aniquilaron a un número de personas cinco veces mayor que en el genocidio nazi** en el mismo periodo de tiempo.

En 1997, se dio lugar una marea de refugiados hutus que volvieron a Ruanda tras haber huido al antiguo Zaire en 1994 por el miedo a las represalias de los tutsis después del genocidio. Entre los refugiados, se encontraban soldados del antiguo ejército hutu y milicianos de la milicia Interahamwe.

Los tres cooperantes españoles se encontraban en una de las zonas más violentas en el momento en el que fueron asesinados. A pesar de que el genocidio había acabado tres años antes, el conflicto social aún seguía latente.

Los españoles fueron tres de los nueve asesinados en Ruanda de forma violenta entre 1994 y 1997.

¿Por qué los cooperantes se vieron inmersos en el conflicto ruandés?

Tiempo de machetes

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“¡Muerte! ¡Muerte! Las fosas con cadáveres de tutsis solo están ocupadas hasta la mitad! ¡Daos prisa en acabar de llenarlas!”, gritaba uno de los locutores de la radio ruandesa “Radio Mille Collines”.

En Ruanda, la población mayoritaria son los hutus, que suponen un 85% de la población, mientras que los tutsis representan el 14%. Los llamados twa eran la tercera comunidad de Ruanda y la más pequeña con un 1% de habitantes.

Los odios entre las comunidades vienen desde años atrás por el control de las tierras y la ocupación de las riquezas del país. En un país mayoritariamente agrícola, la lucha entre los señores feudales y los agricultores se convirtió en algo recurrente desde mediados del siglo XX.

Cuando el conflicto estalló, la vida rural de los habitantes ruandeses determinó el genocidio. Las armas utilizadas para los asesinatos de tutsis fueron en muy pocos casos armas de fuego. Los hutus decidieron utilizar el objeto con el que se sentían cómodos y sabían manejar mejor: el machete.

Durante años, la población hutu trabajaba principalmente en la agricultura, mientras que los tutsis formaban parte de la aristocracia del país. La rebelión de los trabajadores se dio con las armas que más dominaban.

El libro Una temporada de machetes, de Jean Hatzfeld, el autor explica algunas de las historias de los genocidas, como Élie:

En el fondo, un hombre es como un animal; das el corte en la cabeza o en el cuello y se cae solo. Los primeros días, quienes habían sacrificado ya pollos, y sobre todo cabras, llevaban ventaja; es lógico. Luego, todo el mundo se acostumbró a esta actividad nueva y se puso al día.

El genocidio de Ruanda acabó con miles de niños, mujeres y hombres por el simple hecho de pertenecer a otra comunidad. Un genocidio que se realizó de la manera más violenta posible: con las propias manos de los asesinos.

Las masacres fueron perpetradas a puerta cerrada, y no quedó nadie para contar lo que estaba pasando. Durante los tres meses que duró el genocidio, Ruanda se convirtió en un país sin ley.

Las ONG y asociaciones extranjeras que se encontraban en Ruanda abandonaron el lugar, así como la la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la comunidad internacional, quienes decidieron no inmiscuirse en el conflicto y, con ello, rechazaron todo intento para evitarlo.

Para los hutus, la poca implicación internacional les permitió asesinar sin piedad a sus vecinos. Las organizaciones extranjeras fueron instadas a evacuar la zona por el peligro que podían correr en Ruanda, donde los genocidas quisieron llevar a cabo el genocidio sin testigos.

Adalbert, otro de los testigos entrevistados en el libro de Hatzfeld, afirma:

Vimos con nuestros propios ojos cómo escapaban los blindados por la pista, nuestros oídos no oían ya esas vocecitas que hacían reproches. Por primera vez en la vida, no nos sentíamos bajo la modesta vigilancia de los blancos. (…). Teníamos la seguridad de matar a todo el mundo sin que nadie nos mirase mal. Sin tropezar con la regañina ni de un blanco ni de un cura. En vez de disfrutar, hacíamos chistes.

La sangrienta vuelta a casa

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Después de actuar con tal crueldad, los hutus temieron represalias por parte de los tutsis y se calcula el exilio de dos millones de ruandeses en el entonces Zaire, 480.000 en Tanzania, 200.000 en Burundi y 10.000 en Uganda, además de un millón de desplazados internos.

A pesar de no haber números exactos publicados, se habla del otro genocidio, perpetrado por los tutsis con sed de venganza. El Frente Patriótico Rwandés (FPR), liderado por tutsis y responsable del fin del genocidio de 1994 y de la formación de un gobierno de transición de unidad nacional, se perfiló como el principal responsable de los asesinatos a hutus después del conflicto.

Los tres cooperantes llegaron al sur de Ruanda para participar en el operativo que Médicos del Mundo montó para prestar auxilio a los supervivientes de una matanza de unos 50 hutus a manos del FPR.

A partir de ese momento, Valtueña, Madrazo y Flors se convirtieron en testigos incómodos de las matanzas del Frente en la región de Ruhengeri y de la existencia de fosas comunes con cadáveres recientes asesinados por el mismo FPR. La mejor opción para los tutsis era liquidarlos y así acabar con las pruebas de su venganza.

Desde el año 2008, el juez español Fernando Andreu Merelles interpuso una denuncia y orden de captura para Emmanuel Karaki Karenzi, general y responsable de la inteligencia militar como funcionario del actual presidente de Ruanda, Paul Kagame.

Karenzi fue acusado por delitos de guerra y su implicación en el asesinato de los cooperantes españoles.

En junio de 2015, Karaki Karenzi fue arrestado en Londres según una orden de arresto europea. España pidió su extradición para juzgarle por los crímenes por los que había sido condenado.

Casi dos meses después de su arresto, el Reino Unido desestimó la petición de la justicia española, y el responsable de la inteligencia fue puesto en libertad y repatriado a Kigali, la capital ruandesa. Según el Tribunal de Westminster en Londres, los delitos a los que se afrontaba Karenzi no estaban contemplados en los procedimientos de extradición británicos.

Así, se esfumaba la posibilidad de hacer justicia por el asesinato de los cooperantes de Médicos del Mundo.

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas creó el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (ICTR por sus siglas en inglés) con sede en Arusha, Tanzania, con el propósito de contribuir a la reconciliación nacional en Ruanda, mantener la paz en la región y perseguir y juzgar a las personas responsables de los crímenes cometidos en 1994.

El 31 de diciembre de 2015, el Tribunal cerró sus puertas, después de haber condenado a 61 militares, gobernantes, empresarios, milicianos y periodistas. Durante los juicios, 3.000 testigos prestaron declaración, catorce personas fueron absueltas, diez enviadas a juzgados nacionales y tres fallecieron antes o durante el proceso.

La muerte del médico Manuel Madrazo, la enfermera Maria Flors Sirera y el fotógrafo madrileño Luis Valtueña pusieron de relieve los conflictos internos en Ruanda años después del genocidio. A pesar del fin de la temporada de machetes, las tensiones entre las comunidades siguieron siendo comunes.

Según los reportajes escritos en abril de 2014 con motivo del 20 aniversario del genocidio de Ruanda, en la actualidad reina la calma en la región. Las nuevas generaciones han vivido la resaca del conflicto, aunque conviven diariamente con personas de la etnia contraria. Sin embargo, los ruandeses que fueron testigos de las matanzas siguen librando una batalla por aceptar a su vecino, el mismo que quiso exterminarlo hace 23 años.

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