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Busto de Napoleón Bonaparte

Son múltiples las razones de que siempre haya existido un profundo interés por el conocimiento de cuantos detalles sean posibles de la vida y obra, porte y carácter, virtudes y vergüenzas de las figuras históricas más relevantes, y tanto la ojeriza como la admiración son dos de suma importancia. Por ello, seguro que a muchas personas les gustaría saber, y sirva de ejemplo, qué era lo que llevaba a Napoleón Bonaparte (1769-1821) a meterse la mano en una abertura de su chaleco sobre el estómago, entre los botones, disposición con la que le retrataron algunas veces.

Se trata de una de esas curiosidades que al menos harán las delicias de los aficionados a la Historia, pero no sólo a estos pues, por lo general, cuando se representa al bueno de Napoleón en ilustraciones, encima del escenario o ante cámaras de rodaje, su mano derecha se esconde a la vista; e incluso los típicos locos megalómanos caricaturizados de ala psiquiátrica y camisa de fuerza que se toman a sí mismos por el Emperador corso, tras fabricarse un bicornio con lo que pueden si no se abrazan el cuerpo por la camisa y encasquetárselo bien, lo primero por lo que les da es imitar el gesto y, claro, erguirse seguidamente en pose augusta.

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Simón Bolívar y George Washington

No pocos pensaban que se ponía la mano así en los retratos porque sufría problemas gastrointestinales, quizá una úlcera, y trataba de aliviárselos un poco de tal manera. De hecho, sabido es que tuvo que abandonar durante unos minutos la decisiva batalla de Waterloo, en la que fue vencido por el mariscal de campo prusiano Gebhard Leberecht von Blücher y el británico Arthur Wellesley, duque de Wellington, porque le había sobrevenido un ataque de diarrea. Pero no; pese a que esos problemas eran reales, no ocultaba la mano por ello.

Ni porque lo que padeciera fuese un cáncer o una infección dérmica, ni porque tuviese la mano imperial deformada o los pintores para los que posó en diversas ocasiones no supiesen plasmar bien esa parte corporal en un lienzo; y aunque lo último pueda resultarnos la idea más absurda de todas, no lo es en realidad: los conspiranoicos no descansan ni un instante sus cabezas de chorlito, y no tardaron en asegurar que ponerse la mano de tal guisa sobre el pecho o el vientre es un gesto secreto de la masonería.

Pero, naturalmente, para que estos imaginativos seres humanos sugiriesen semejante cosa, habrían tenido que encontrarse con el gesto en más de uno y de dos retratos, ya no sólo de Napoleón, sino también en los de otros personajes históricos de importancia. Y así es, de hecho: presidentes estadounidenses como George Washington y Abraham Lincoln, el estadista venezolano Simón Bolívar, el intelectual alemán Karl Marx y hasta un tipo como el dictador soviético Josef Stalin fueron pintados o fotografiados de esta manera igualmente.

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Karl Marx y Josef Stalin

Porque esta pose era muy común en su época, y ello se debía a que se había convertido en una moda derivada de una convención social según la que todo hombre bien educado debía posar así. Ello consta en el libro Las reglas del decoro y la urbanidad cristiana, publicado en 1702 por el sacerdote Jean-Baptiste de La Salle para aleccionar a los niños y los adolescentes pobres de las escuelas que había fundado sobre cómo debían comportarse: “… si no se tiene bastón, ni manguito, ni guantes, es bastante común posar el brazo derecho sobre el pecho o sobre el estómago, poniendo la mano en la abertura de la chaqueta (…). En general, hay que mantener los brazos en una situación que sea honesta y decente”, explicaba La Salle.

El libro gustó tanto que sus proposiciones fueron asumidas también por la clase alta, y como Napoleón había estudiado en una de estas escuelas religiosas, la de la borgoñona Autun concretamente, y es más que probable que conociera por ello el manual del sacerdote, alguien que había ido escalando en la Francia pre y posrevolucionaria hasta ser capaz de autoproclamarse emperador, tela marinera, no dudó en adoptar esta posición de la mano para que fuese indudable para todo el mundo que él era una persona bien educada. Que mandaba ejércitos para invadir otros países, pero educada de todas formas. Faltaría más.

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