Con motivo del Call of Duty XP 2016, un evento centrado en las múltiples novedades sobre la franquicia, Activision e Infinity Ward han presentado en sociedad el apartado multijugador de Infinite Warfare, la próxima entrega de la franquicia que lleva siete años seguidos en lo más alto de las tablas de ventas.

En medio de los clásicos tintes marqueteros y multitud de gritos por parte del público, Infinite Warfare se ha mostrado como un videojuego mucho más conservador de lo que cabría esperar tras ver sus batallas espaciales durante el pasado E3 2016. Algo que habrá servido de consuelo para esos millones de personas que mostraron su descontento con la nueva ruta que había tomado la marca.

De hecho, lo primero que sorprende tras echar un ojo al tráiler de presentación es el inmenso parecido, en múltiples aspectos, con Black Ops 3. Parece que tras dos años de profundas innovaciones de la mano de Sledgehammer Studios y Treyarch, Infinty Ward ha decido echar el freno y reformular los mayores aciertos de las entregas previas.

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Evidentemente, el salto al futuro sigue estando presente en forma de mapas ubicados en distintos planetas y bases espaciales, en armas que disparan rayos láser o en robots aliados pero no se va más allá, apostando por combates en gravedad cero o incluyendo naves espaciales en la ecuación. Infinite Warfare es, a fin de cuentas, un Call of Duty más.

Tras el estrepitoso fracaso de Ghosts, el peor videojuego de la franquicia para una inmensa mayoría de los jugadores, parece que desde el estudio no quieren arriesgar demasiado en el modo estrella y sus esfuerzos han ido dedicados en emular y refinar lo ya existente. Aquí, por ejemplo, se reformulan los especialistas de Black Ops 3 y se convierten en los combat rigs, seis arquetipos de personaje distintos que personalizar con payloads y traits únicas, adaptándose a la perfección a los múltiples estilos de juego que ofrecerá la experiencia.

De Advanced Warfare se recuperan las distintas rarezas de un mismo arma, encontrando mejoras y bonus más propios de un juego de rol que de un FPS como Call of Duty. Así, si conseguimos (tras invertir puntos que hayamos conseguido jugando) la versión épica de nuestro arma favorita, quizá nos recuperemos antes del daño o ganemos un 10% más de puntos por cada baja. Un potente guiño a los micropagos y, a la larga, un profundo problema en el equilibrio del videojuego.

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Sobre esto último, los posibles problemas provocados por armas o equipamiento sobrepotenciado, parece que habrá mucho trabajo que hacer. Y es que, igual que ocurriera en Modern Warfare 3, Infinity Ward parece empañada en añadir múltiples novedades, quizá demasiadas, en forma de rachas de bajas, ventajas y granadas letales y tácticas. Terminar metido en un desenfreno de explosiones, aviones sobrevolando la zona y molestas granadas puede ser uno de los grandes riesgos de un Infinite Warfare que, por otro lado, parece haber frenado las revoluciones.

Al final, y hasta que podamos probarlo (se anunció su fase beta para el mes de octubre), resulta tremendamente curioso que el Call of Duty más disruptor y revolucionario en apariencia sea, a su vez, el más continuista y menos arriesgado de los últimos tres años.

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