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Taylor Swift como icono del movimiento. Pero no es el único artista que está en un constante tira y afloja contra el streaming. Y ya no hablamos solo de Apple Music, y las alusiones en la más que famosa To Apple, Love Taylor, ni de Spotify. El problema actual de la industria hoy va más allá de los royalties por los servicios de streaming musical (o eso quieren hacernos creer).

La situación, desde el punto de vista de los artistas, ha llegado hasta tal punto que Swift y otros 180 artistas han escrito una carta a los legisladores para que se reforme la Digital Millennium Copyright Act de 1998, o lo que es lo mismo, que los legisladores les allanen el terreno para que conserven su posición en una industria que, desde la llegada de internet, está experimentando una constante revolución.

¿Y qué es lo que quieren cambiar los artistas de la DMCA? Que vaya más allá de lo que contempla a día de hoy, incluyendo las modificiones y adiciones que han hecho desde su entrada en vigor en 1998. En este sentido, los artistas han fijado el punto de mira en el streaming, a lo que consideran una amenaza casi al nivel de la venta de discos piratas. Según los artistas que han rubricado la petición, los servicios de streaming disminuyen directamente los ingresos de compositores y artistas al mismo tiempo que permite a las grandes empresas de tecnología crecer y generar enormes beneficios mediante la creación de "una serie de facilidades que permite a los consumidores llevar casi todas las canciones en el bolsillo a través de un teléfono inteligente."

La nueva guerra de la industria musical es consigo misma y contra sus viejas estructurasAdemás, los artistas apuntan a que, dejando de lado los servicios de streaming puros, YouTube es la principal fuente de corrientes musicales, y con más oyentes que Spotify y Apple Music combinado, pero a diferencia de estos, solo paga una pequeña fracción de los ingresos generados por reproducción a los artistas, en un momento en el que el consumo de música está en el punto más alto de su historia. De hecho, según la Recording Industry Association of America, YouTube ha experimentado un incremento del 100% en el número de reproducciones de vídeo musical, pero los artistas solo han visto un aumentos de 17%. Y claro, no les convence el arreglo.

Pero la realidad es mucho más sencilla: las regalías por la música cada vez valen menos mientras la industria sigue manteniendo una estructura que no ha terminado adaptada a los tiempos que corren. Los usuarios pueden acceder a cualquier contenido en cualquier momento, la competencia es mayor que nunca mientras el precio elimina el coste de oportunidad que existía en el mercado físico con precios elevados.

ingresos spotify 1

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Los consumidores han dejado de estar obligados de elegir entre un disco u otro. Por el mismo precio puede acceder a ambos. Básicamente, el valor añadido ha desaparecido. La música, es a día de hoy, una commodity para el público general. Y al igual que en mercado de las mercancías básicas, cuando se mantiene una estructura de intermediarios, el que menos gana es el productor, y en el caso de la música el artista.

La guerra de la música ya no es contra la piratería porque, a corto plazo, será un problema residual. La guerra de la industria musical es contra ella misma. Contra unas estructura en las que la falta de flexibilidad no permite tener la suficiente agilidad como para eliminar los costes fijos que están ahogando a unos artistas que cada día, como es natural por la dimensión, reciben menos por cada reproducción.

Una regulación restrictiva contra el streaming no va a salvar a industriaPorque la guerra de la industria de la música no debería ser contra el streaming, debería ser contra los reinos de taifas que han perpetuado un modelo de negocio basado en unas estructuras de reparto no equitativo que es insostenible en la era de internet. Y desde luego, la regulación y el cambio en la DCMA no va ser su salvador a corto plazo.

Y por mucho que digan los artistas, tampoco es beneficioso para el consumidor desde el momento que están pidiendo que se restrinja la libertad de elección en el fondo y en la forma que tiene de escuchar la música. Forma por la que, por cierto, te están remunerando.

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