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ErAnger (Pixabay)

La Comisión Europea acaba de publicar el índice de innovación europeo para 2016. Este ranking indica la situación de cada país a nivel de desarrollo e investigación de una manera relativa, dentro de la Comunidad Europea. En esta ocasión, España se sitúa como el tercer país que más a retrocedido en este aspecto desde la crisis, situándose en la decimonovena posición de veintiocho.

A -0,8% de media por año

El desarrollo y la innovación son campos importantes para el desarrollo de un país. Vitales, nos atreveríamos a decir. Solo los países con una visión más pionera y audaz son capaces de mantenerse estables en los momentos económicos más duros. Y España queda claro que no es uno de ellos. Desde 2008, el país ha ido perdiendo una media anual de -0,8% en el índice de innovación, quedándonos en el tercer puesto de los que más han retrocedido. Para poder medir dicho índice, la Comisión Europea emplea diversos indicadores tales como recursos humanos (cantidad de nuevos doctorados, investigadores...), sistemas de investigación, inversión privada y pública o efectos económicos, entre otros valores.

Comision Europea Bruselas
Comision Europea (Bruselas). Imagen: JJ Velasco

El valor del índice de innovación europeo de 2016 para España es un modesto 0,36, apenas el doble del país menos innovador, Ucrania (con un 0,17) y muy por debajo del líder, Suiza, que posee un 0,79, seguido de cerca por Suecia, Dinamarca, Finlandia y Alemania. Esto nos sitúa en los países cuya contribución a la innovación se califica como "moderada", un puesto por encima de "modesta", las más baja, y dos por encima los líderes en innovación. Reino Unido o Francia, por ejemplo, se situarían en una posición "fuerte" como innovadores, mientras que los compañeros de innovación en la categoría, comparativamente, serían Chipre, Grecia, Italia, Servia o Polonia, entre otros.

¿Invertir? ¿Yo?

Algunos expertos acusan al índice de innovación europeo de ser demasiado simplista; de malentender la innovación como un subproducto de la ciencia. Sin embargo en cualquiera de los casos, y a pesar de que no se puede entender innovación sin ciencia, aunque quisiésemos creer dicho aspecto, lo cierto es que la posición española deja muchísimo que desear. Semejante posición es curiosa dado que la capacidad investigadora de las universidades y empresas españolas es de gran calidad. Nuestro suelo nutre a algunos de los investigadores más importantes y brillantes del mundo. Sin embargo, no existe un tejido científico lo suficientemente potente como para aceptar la producción de jóvenes investigadores que generamos. Con presupuesto nacional. Por ejemplo, el índice de producción de nuevos doctorados nos sitúa por encima de la mitad (con un 0,56), lo que refleja la triste situación de fuga de cerebros en nuestro país: muchos investigadores y muy poca innovación.

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Cualquier inversión en ciencia requiere de entre 10 y 15 años para resultar rentable y, más aún, dar beneficiosPero, ¿dónde se encuentra el fallo para que esto sea así? Sin querer caer en la simplificación, probablemente esta decimonovena posición se deba en grandísima medida a la estulticia científica del empresario y político español. Mientras que en las universidades la investigación se ha centrado más en obtener resultados puramente académicos, dejando de lado la visión empresarial, el empresario, a su vez, a huido sistemáticamente de la inversión científica. ¿Por qué? Como norma general, cualquier inversión en ciencia requiere de entre 10 y 15 años para resultar rentable y, más aún, dar beneficios. El perfil clásico del empresario español, de pyme y pelotazo, no invierte a largo plazo. Especialmente en el sur de España, donde tenemos algunas de las posibilidades más prometedoras en agroeconomía e investigación biotecnológica. Así, todo lo que estaba en crecimiento se paró en 2008 para la iniciativa privada, que en apenas dos años redujo al mínimo su interés inversor. Pero, ¿qué hay de los presupuestos del estado? Desde 2012, la ciencia y la tecnología española se han visto gravemente heridas con un recorte drástico de más de 2.200 millones de euros desde 2011. Un recorte que ha supuesto la destrucción del tejido necesario para soportar una ciencia realmente innovadora.

No todo es escombro

Por descontado, esto es una generalidad. En los últimos años hemos visto aparecer algunas iniciativas verdaderamente interesantes en el mundo de las spin-off, empresas varias e incluso en las universidades. Parece que tras la gran caída que ha supuesto la destrucción de la estabilidad investigadora, los científicos se han levantado de entre los escombros para seguir buscando salidas. Actualmente, a pesar de que los datos sobre la opinión social de la ciencia de FECYT claman al cielo el interés de la población por todo "lo científico", actualmente el investigador es una de las figuras más devaluadas del panorama laboral.

desigualdad
anyaivanova | Shutterstock

Algunas de las razones asociadas son los bajos sueldos, nada acordes a su trabajo, la inestabilidad (becas firmadas de año en año, imposibilidad de asimilar a nuevos investigadores, la desaparición sistemática de entidades y presupuesto que apoyen al investigador...). Y sin embargo, el corazón de la innovación sigue tratando de levantarse. Solo le falta una cabeza visible, protagonizada por el Estado, y unos músculos fuertes, confeccionados con inversión. Pero todo ello pasa por cambiar nuestra visión y nuestro interés. Entender la innovación no como una especie de "calidad añadida", un premio secundario, sino una fuente de producción estable y duradera. Hasta entonces, seguiremos a la cola de la innovación.

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