Desde hace unos días he visto los mejores memes de mi vida circular las redes a causa de una iniciativa llamada #ElPitodeMancera, y es que el Jefe de Gobierno de la nueva Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, anunció la octava maravilla que ayudaría a denunciar el acoso callejero: un silbato rosa para las mujeres y uno negro para los hombres. Como mujer joven y habitante de esta enorme ciudad, me enfureció -y después me hizo reír, pero sobre todo, me enfureció- una solución (demasiado) simple para un problema complejo y que de manera personal me ha afectado profundamente.

Hace un par de años, salí a correr por la mañana cuando un taxista se orilló a preguntarme por una dirección, la cual estaba cerca pero el camino era enredado. No era la primera vez que alguien me preguntaba, pues donde corría es una vialidad difícil. Le empecé a explicar al taxista cómo llegar, pero yo estaba a una distancia prudente del automóvil, como mi madre me enseñó desde niña. Esa calle suele ser solitaria y a los lados hay vegetación generosa.

En esos momentos es muy difícil pensar porque te sientes humillada y solo te preguntas: ¿por qué a mí?

El sujeto no parecía entender mis instrucciones y recuerdo pensar que tal vez no me estaba escuchando bien porque yo estaba lejos, entonces di un paso al frente y pude ver que se estaba masturbando debajo de su gran panza. Todavía tengo muy clara la imagen, aunque me gustaría no tenerla. Mi expresión cambió de inmediato, sentí que me hervía la sangre de coraje. Como el taxista también lo notó, arrancó a toda velocidad. Sólo alcancé a agarrar una piedra y aventarla, pero no le di. En ese momento no pensé en anotar las placas ni nada. En esos momentos es muy difícil pensar porque te sientes humillada y solo te preguntas: ¿por qué a mí? ¿Por qué tiene que hacer eso? ¿Qué gana?

Llegué a casa y vi en el espejo mi expresión de desconcierto y miedo. Sobra decir que desde entonces no me detengo a dar direcciones ni salgo a correr y hasta el día de hoy me pone nerviosa abordar un taxi sola y no tener a la vista ambas manos del conductor.

Luego del “incidente” pensé que fui “afortunada” porque no me tocó, ni me subió al taxi, ni me violó, ni me mató, ni dejó mi cuerpo desnudo y vejado en un lote baldío. “Solo” fue eso: me enseñó sus genitales y se mastrubó enfrente de mí en una calle desierta. De nada me hubiera servido el silbato de Mancera, nadie me hubiera escuchado.

Pensé que fui “afortunada” porque no me tocó, ni me subió al taxi, ni me violó

El problema del acoso callejero es que pueden ser “solo” unas palabras, pero nunca sabes dónde terminará. Hace unos meses crucé un parque donde un desconocido muy cómodo desde una banca me dijo “se ve que a ti te gusta la adrenalina”. ¿Qué quiere decir eso? ¿Me va a perseguir? ¿Me va golpear? ¿Me va a violar? Puse esa cara de “no te veo, no te oigo, insignificante ser” que las mujeres aprendemos pronto en la vida y que a veces es tu única defensa. ¿Habría servido de algo el silbato de Mancera? No lo sé. Si hubiera llegado alguien, ¿qué hubiera dicho? ¿Me dijo que me gusta la adrenalina? ¿Fue sexual? Definitivamente para mí lo fue, pero no podría asegurarlo porque el acoso opera en las sombras de lo ambiguo.

Suponiendo que no era una frase en un tono sexual, ¿por qué lo interpreté así? Porque después de quince años de acoso sistemático –mi primer acoso fue a los ocho años y una vez más soy “afortunada” de que “solo” fueron palabras de un niño dos años mayor-, te hace sentir miedo, mucho miedo: un miedo que conquista y configura tu manera de ser, de pensar, de transitar, de actuar, de vestirte, de moverte por temor a que se “malinterprete”, lo que sea que eso signifique. Porque cuando nacer con dos cromosomas X en una sociedad machista es suficiente razón para ser vista como un sexo andante. El miedo mina incluso la relación contigo misma, llega un momento en el que odias tener senos, cadera, nalgas, piernas, vagina. Tu sexualidad se convierte en un peso excesivo, aunque no lo quieras.

Barbara Kruger
Barbara Kruger

A veces me gustaría que la justificación machista de que te acosan porque vas vestida de manera “provocativa” fuera cierta porque así habría forma de evitarlo, pero por experiencia propia puedo decir que he sido acosada incluso cuando solo se me ve la piel de las manos y la cara. O que te acosan porque vas “sola” (lo que sea que eso signifique), porque también se han acercado hombres a mi oído a susurrarme mientras voy de la mano de mi novio.

Un miedo que conquista y configura tu manera de ser, de pensar, de transitar, de actuar, de vestirte

Es difícil reconocer el miedo después de una vida a su lado. Una vez identificado, pensé en todos los momentos del día en los que siento miedo de que alguien invada mi cuerpo y mi espacio. Entonces, más que nunca agradecí tener a las personas que tengo por padres, porque -una vez más- yo soy “privilegiada” de no sentir miedo en mi casa, ni con mi novio ni con ciertos amigos. Espacios donde puedo ser yo, plenamente. Contrario a la calle, el transporte, la noche, las fiestas, o con personas que no conozco bien, donde no puedo cometer “imprudencias”, es decir, no puedo ser, ni vestirme de cierta manera por temor a “enviar un mensaje equivocado”, lo que sea que eso signifique. Pero hay gente que siente miedo todo el tiempo, que viene de relaciones familiares abusivas, donde no pueden confiar en nadie y ahí ningún silbato los salvará.

Hacia una cultura de la denuncia

Muchas mujeres dejamos de normalizar y de pasar por alto muchas formas de la violencia gracias a las redes sociales que ayudaron a difundir temas que antes solamente se discutían en la academia o en la militancia. Nos empoderamos y empezamos a cuestionar y a denunciar.

Leí cientos de historias de desconocidas que habían sido violentadas desde muy pequeñas, cuando todavía no entendían su cuerpo.

Cuando las mujeres comenzaron a usar el hashtag #MiPrimerAcoso leí cientos de historias de desconocidas que habían sido violentadas desde muy pequeñas, cuando todavía no entendían su cuerpo, pero las historias que más me dolieron fueron las de mis amigas, que de años de conocerlas nunca lo habíamos hablado porque se convierte en algo tan cotidiano que se vuelve "irrelevante" y no lo mencionamos.

Este clima de denuncias ha tensado el asunto en todas las esferas. En algunas universidades, alumnas han hecho “muros de denuncia”, donde las personas –cualquier persona de forma anónima- pone nombres de profesores, alumnos o trabajadores que han acosado. El muro no exige ninguna prueba o descripción del acoso.

No cabe duda de que es importante aprender a alzar la voz y a denunciar el acoso, pero no me parece que exhibir sea la mejor opción, sobre todo porque desde el anonimato es fácil que muchas personas tergiversen proyectos con buenas intenciones para ajustar otro tipo de cuentas. Posicionaría esto más que en la cultura de la denuncia, en la cultura del linchamiento, un fenómeno que en México ha crecido un 666% en los últimos 27 años. Creo que no hay que darle la espalda al problema, pero no tomar tan a la ligera el tema, ni caer en el linchamiento. ¿Qué pasará cuando aparezca el nombre de una persona que admiras, respetas o quieres?

Cuando leí la iniciativa del #ElPitoDeMancera me pregunté si pasaría algo similar. ¿Qué pretende Mancera con el silbato? Además de ser una hilarante iniciativa, a muchos no nos quedó claro si el silbato mágicamente invoca a un policía o si los ciudadanos cercanos deben retener al agresor. Es decir, no hay indicación ni protocolo detrás del silbato. ¿Puede funcionar, o nos terminaremos linchando entre ciudadanos?

Recibe cada mañana nuestra newsletter. Una guía para entender lo que importa en relación con la tecnología, la ciencia y la cultura digital.

Procesando...
¡Listo! Ya estás suscrito

También en Hipertextual: