Las filtraciones, ya de forma total y perenne anglicanizada como leaks en la prensa, van de la mano del periodismo desde sus inicios. El uso de herramientas tecnológicas cada día más avanzadas y la centralización de vastas cantidades de datos hoy en día han hecho crecer en número los documentos filtrados, y el número de filtraciones. Los “Papeles del Pentágono”, que en los años 70 fueron considerados una filtración masiva por su extensión, quedan en nada frente a los más de 11 millones de documentos filtrados en los Papeles de Panamá.

Esta masificación de las filtraciones a su vez hace más difícil analizarlas, otorgarles el rigor necesario y aplicar el proceso periodístico de comprobación de fuentes y verificación del contenido. Esto por sí mismo es ya preocupante, pero el ritmo de nuevas filtraciones nos lleva al siguiente problema: la banalización de las mismas. Cuando se produce una filtración importante, y la redacción —o grupo de redacciones como viene siendo más común, con motivo de repartirse el trabajo— sabe que es importante, tienen que conseguir que la información clave sea capaz de superar el ruido propio de nuestra época.

"Denunciar irregularidades no solo es filtrar documentos. Es un acto de resistencia política." Edward Snowden

Evitar que innumerables documentos queden enterrados entre millones de memes, hashtags, el enfado-del-día en Twitter, vídeos en directo de gente explotando sandías y en general, es una tarea difícil. Entendible entonces que los medios tiren de hipérbole, y creen expectación más digna del entretenimiento que del periodismo antes publicar una nueva filtración. Los medios de comunicación se ven ante la necesidad de aprender a manejar los tiempos entre filtración y filtración. Pisar el acelerador con las filtraciones solo consigue disminuir la atención prestada a cada una de ellas de forma individual. La ardua labor de los primeros filtradores de información, que están exentos de la protección de los periodistas, y son víctimas de bloqueo y acoso laboral en Estados Unidos, y de mucho peores en otros países. En el mejor de los casos, los filtradores corren el riesgo de convertirse en meras caricaturas de Hollywood.

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La labor de Edward Snowden queda reducida a la de un Jason Bourne geek y resentido por Hollywood.

El desprestigio de WikiLeaks

Imagen: Wikileaks Mobile Information Collection Unit
Imagen: Wikileaks Mobile Information Collection Unit

La aparente inmunidad que la sociedad ha demostrado ante los preocupantes hechos contenidos en la mayoría de las filtraciones más importantes en los últimos años solo empeora las cosas. Muchos ciudadanos quedan indignados durante un corto espacio de tiempo, antes de seguir con el siguiente elemento de su lista.

Los problemas siguen. WikiLeaks utiliza su plataforma abiertamente como herramienta política. Algo que desmerece la labor supuestamente independiente que deberían tener. Incluso en temas tan banales como Eurovisión al lado de otros tan importantes como el encarcelamiento de Chelsea Manning por la filtración de documentos a la propia WikiLeaks. La misma organización, pionera en cierto sentido en el subgénero del periodismo capaz de lidiar con filtraciones masivas, sufrió otra crisis de independencia criticando la filtración de los Papeles de Panamá. Llegó incluso a acusar de fabricación estadounidense los que apuntaban al presidente ruso Vladimir Putin.

Muchos llevan años acusando a WikiLeaks de crear una agenda pro-rusa por acción o inacción. Las filtraciones que harían tambalear a Rusia nunca llegaron a ver la luz, y mantienen un halo de silencio en lo que ocurre en el país eurasiático, uno de los más corruptos del mundo según Transparency International.

Es innegable el trabajo de WikiLeaks en este sector, y todo lo que ha contribuido. De forma casi unilateral ha puesto la palabra ‘leak’ en boca de cualquier ciudadano del mundo. Un trabajo encomiable que no ha podido evitar caer en agendas políticas, que desprestigian su labor de estos años, y dan aire a sus críticas.

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