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Maureen O'Hara - Meredy.com

No es necesario que un intérprete cinematográfico posea un talento descomunal o simplemente reseñable para que su labor sea la adecuada y, aunque sólo a cuenta de la familiaridad, de verle a menudo en pantalla, el público pueda tenerle en gran estima. Tal es el caso de John Wayne, el celebérrimo actor de registro único, y de quien aquí más nos interesa, su amiga y compañera de reparto en cinco películas, **la actriz irlandesa Maureen O’Hara, que llegó a ser conocida como la Reina del Technicolor porque sus características físicas y su propia belleza eran muy apreciables con esta tecnología, y este es un apodo que comparte con la dominicana y hoy poco recordada María Montez por las mismas razones.

Encarnando a mujeres enérgicas y corajudas

La pelirroja O’Hara nació en Ranelagh durante el año 1920, y podemos decir que la vena artística de O’Hara le viene de familia: su madre, Marguerita Lilburn FitzSimons, era cantante de ópera, como Peggy, la mayor de sus cinco hermanos, que también lo fueron después como ella misma; y de tal forma que acabaron siguiéndola en su carrera interpretativa e incluso participando en sus filmes posteriormente. Pero, si bien ya había estudiado arte dramático y canto en el ilustre Abbey Theatre**, hubo de ser el distinguido actor inglés Charles Laughton quien más la animó para que se dedicase a la interpretación tras conocerla en un casting de la productora Elstree Studios, y le hizo las veces de padrino frente a los productores en sus comienzos.

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Charles Laughton y Maureen O'Hara - RKO Radio Pictures

Actuó, pues, con Laughton a las órdenes del también británico Alfred Hitchcock en Jamaica Inn (1939) y, tras **mudarse a Hollywood, volvieron a compartir plano en The Hunchback of Notre Dame (William Dieterle, 1939), película gracias a la que empezó a ser conocida para los Fue el distinguido actor inglés Charles Laughton quien más la animó para que se dedicase a la interpretaciónespectadores, pese a que su interpretación no había recibido críticas demasiado entusiastas.

En ese mismo año de ambos filmes conoció a John Wayne, de ascendencia irlandesa, al que, según cuentan las crónicas, tuvo que acompañar a su casa porque se encontraba ebrio, y de ese modo entablaron una amistad duradera y fructífera que se trasladó a la gran pantalla: lo que había unido el alcohol, que no lo separara el hombre. En 1941, John Ford la quiso para su reparto de la oscarizada How Green Was My Valley, y fue precisamente este director el que aprovechó la química entre O’Hara y Wayne en Río Grande (1950), en la inolvidable The Quiet Man (1952) y en The Wings of Eagles (1957), como luego hicieron también Andrew V. McLaglen en McLintock! (1963) y George Sherman en Big Jake (1971), si bien ya había actuado antes para este último en otras tres películas, entre ellas, Against All Flags (1952), con Errol Flynn.

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John Wayne y Maureen O'Hara - Metro-Goldwyn-Mayer

Para John Ford, que dirigió a John Wayne hasta en trece ocasiones, como en la chispeante Stagecoach (1939) y la sobrevalorada The Searchers (1956), O’Hara y él eran su pareja cinematográfica predilecta. Sus personajes siempre mantienen una relación conflictiva porque los de él suelen ser unos descarados, y los de ella, de armas Qué bien se le daba meterse en la piel de mujeres muchas veces ariscas y malhumoradas, pero siempre con unas agallas admirables y una enorme fortalezatomar, y resulta de lo más placentero contemplar cómo trabajan juntos.

O’Hara, por otra parte, también ha actuado a las órdenes de otros directores de cine reputados como Henry Hathaway, William A. Wellman, Nicholas Ray, Lewis Milestone, Carol Reed o Sam Peckinpah. Y merece la pena mencionar su intervención en This Land is Mine, de Jean Renoir (1943), de nuevo con un magnífico Charles Laughton, puesto que su corajuda Louise Martin, su Angharad de How Green Was My Valley, su Mary Kate Danaher de The Quiet Man y, sí, su Rose Muldoon de Only the Lonely, del mediocre Chris Columbus (1991), son lo mejor que hizo la poco versátil Maureen O’Hara en toda su carrera. Y aun así, qué bien se le daba meterse en la piel de mujeres muchas veces ariscas y malhumoradas, pero siempre con unas agallas admirables y una enorme fortaleza.

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