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Internet es como un gran océano donde muchos de nosotros navegamos diariamente, lo cual nos hace agruparnos bajo un denominador común. Nos encontramos en una etapa prolífera para la información y los medios que nos conectan entre diferentes partes del mundo. Pero, ¿realmente estamos unidos?

La forma en la que nos relacionamos ha cambiado radicalmente desde la existencia de Internet. Eso es algo de lo que se percató Robert Putnam, sociólogo y profesor de la Universidad de Harvard. Según éste, el capital social es un término que define las formas en las que la sociedad se relaciona entre sí, abarcando con ello todos los procesos de interacción posibles. Así, Putnam distingue dos modalidades dentro del capital social:

  • Capital social puente: es aquel que anima a la agrupación y la cohesión social, ya que intenta reunir personas con diferentes conocimientos pero que, al mismo tiempo, también se nutran entre sí. Es decir, la diversidad de pensamientos es lo que provoca que los individuos se encuentren conectados, sin importar la opinión o la procedencia de éstos.

  • Capital social lazo: al contrario que ocurría con el anterior, en este caso se va a potenciar la unión de un grupo bajo unos intereses comunes, lo cual les lleva a protegerse frente a externalidades y provoca la división social. En esta modalidad existen diferentes grupos separados por diferentes aspiraciones, pero solo se nutren de aquello que se encuentra dentro de su círculo.

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En principio podríamos pensar que Internet fomenta el capital social puente, ya que solemos interactuar por diferentes personas que pueden ser más o menos afines a nuestras ideas. Pero no siempre es así. Es más, pensad a quienes seguís en Twitter, a qué canal de YouTube os encontráis subscritos o qué contactos tenéis bloqueados en alguna red social. A pesar de todo, internet tiene todas las herramientas necesarias para favorecer el capital social lazo y fomentar así la exclusión social.

No importa la cantidad de información que exista en este “océano”, porque al final solo llega la que nosotros seleccionamos

Del mismo modo que algunos lectores simpatizan con un medio concreto y lo leen para refutar sus propias ideas, en Internet también ocurre algo parecido. No importa la cantidad de información que exista en este “océano”, porque al final solo llega la que nosotros seleccionamos. Es más, en ocasiones, incluso el exceso de datos puede ser perjudicial para determinar qué filtro aplicar.

Por otro lado, la Declaración de Principios de Ginebra define la sociedad de la información como un lugar en el que “todos puedan crear, consultar, utilizar y compartir la información y el conocimiento, para que las personas, las comunidades y los pueblos puedan emplear plenamente sus posibilidades en la promoción de su desarrollo sostenible y en la mejora de su calidad de vida”. No obstante, aquella definición es un tanto utópica, ya que no siempre existen tales posibilidades.

A veces parece que la sociedad de la información puede ser incluso negativa para ciertos sectores, ya que fomenta aún más la diferencia entre quienes pueden acceder a ella y quiénes no. Esto se ha llamado brecha digital, un término que no solo se refiere a la incapacidad material o económica de tener un ordenador para acceder a Internet, sino también a la del conocimiento. Ya sea por el factor generacional o educativo, no todos se encuentran capacitados para acceder a la Red, o al menos no de la misma forma. De nuevo, estamos ante otro sesgo que, al igual que el capital social lazo, provoca la exclusión social.

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Aunque desde la Organización Mundial del Comercio afirmen que la era tecnológica en la que nos encontramos es similar a vivir una “tercera revolución industrial", a veces cabe preguntarse hasta dónde llegarán las vías de este nuevo ferrocarril. O más bien, hacia dónde dirigen.

Pero sería injusto culpar a Internet como el causante de la exclusión social. Del mismo modo que en un bar puedes recluirte en un rincón con tus amigos o relacionarte con aquellos que se encuentran alrededor, en la Red ocurre algo similar. Existen nuevas vías de acceso a la cultura o la educación, incluso otras formas de movilización ciudadana cuyos efectos ya pudimos comprobar en la Primavera Árabe o el 15M, alzamientos que no existirían sin el poder de las redes sociales. Ver, escuchar o callar depende de nosotros, y por lo tanto, también convertir el capital social lazo en un puente.

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