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Siempre pensé que mi familia era normal hasta que descubrí que más bien estaba loca, y que, en realidad, todas lo están. Lo cierto es que no hay algo “normal”; cada una tiene sus propias peculiaridades de tamaño, forma o figura. Lo que sí comparten todas las familias, sea de la estructura que sea, es que es el primer vínculo con el mundo, ese que te dice de qué va la vida. Puede tratarse de una visión positiva o todo lo contrario, pueden ser enseñanzas amplias, incluyentes o, en cambio, cerradas, asfixiantes. Como sea, la familia es parte primordial de nuestra vida, comenzando por esa carga de información que cada célula de nuestros padres contribuyó para ser lo que somos desde las etapas más tempranas de nuestra existencia.

Así, por nuestra genética y entorno nos definimos. El filtro de la realidad que resulta la familia nos muestra una versión de la vida como a ninguna otra persona en el mundo. Con el paso del tiempo, con mayor o menor medida de conflictos bélicos, se va esculpiendo nuestra personalidad, creencias, y todo eso que nos hace ser nosotros mismos. Durante este proceso, que no se detiene jamás, vamos conociendo a otras personas y, por ende, a otras familias, otros sistemas, otras tradiciones, otras frases, otras costumbres.

Me di cuenta que muchas cosas que creía comunes, para otras familias rayaban en la curandería barata digna de charlatanes

Fue entonces que supe, por ejemplo, que tomar un té para toda dolencia no es “normal”, o que los remedios para la tos, como una cebolla rebanada en la habitación o un preparado de miel con limón no era lo primero que se administraba en las demás familias. Me di cuenta que en mi familia los masajes para el empacho son cosa común y, en cambio, para otras familias esto raya en la curandería barata digna de charlatanes. También, que la homeopatía, las flores de Bach, la aromaterapia, las dietas naturistas, las curaciones con barro no eran administradas con regularidad. Es decir, mis costumbres, mi primer vínculo con la vida, ese que me dijo de qué va la vida, resultaba muy criticado en otras familias y, como dije, cercano a prácticas de superchería de poca monta.

Ahora bien, no solo había masajes en los intestinos o un té para el resfrío, mi familia también tiene un fuerte lazo con la Medicina. Sí, con mayúscula, con la que hace ciencia y todo eso, la que se estudia en las universidades por muchos años. Mi padre es médico especialista en endocrinología, mi madre trabajó mucho tiempo en un hospital en el área de neurología; tengo un tío gastroenterólogo, una tía enfermera especialista. Así, había medicina naturista y medicina “normal” cuando algo nos aquejaba. No sabía, hasta que llegó la comparación con otras familias, que estos dos asuntos tan distintos no “debían” combinarse y, de hecho, uno “tenía” que suprimirse por bien de la congruencia, la ciencia, la tecnología y el sentido común.

De la construcción de uno mismo

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Evaluar las enseñanzas familiares es necesario para ser uno mismo

Un día, en clase de filosofía durante la preparatoria, el maestro preguntó quien no creía en dios. Yo levanté la mano y me sumé a los tres compañeros en toda la clase que también osaron hacerlo, el maestro sonrió y dijo, ¡vaya! Hay mucha tela de donde cortar. Lo que sucedió después se puede comparar a una sesión de tortura psicológica. El maestro, ahora entiendo que con poca formación pedagógica pero sí con mucha saña intelectual, abordó a los creyentes, ahora identificados, con planteamientos racionales, históricos, científicos acerca de su religión. Algunos vacilaron, otros se quebraron, otros se enojaron y levantaron la voz, incluso más que el maestro. Yo estaba “a salvo” en mi isla de ateísmo que acababa de construir a pesar de que mi familia es sumamente religiosa puesto que el replanteamiento de todo aquello que fue mi primer vínculo y que me dijo de qué va la vida estaba a todo vapor; otros le llaman pubertad, otros decepción, otros rebeldía. Creo que es válido sopesar eso que nos dice la familia, valorarlo, pero también filtrarlo y modificarlo, así nos quedemos en el terreno de desertores u ovejas negras. Incluso me atrevería a decir que es necesario para madurar o para, poca cosa, ser realmente uno mismo.

Cómo el maestro de filosofía he encontrado a muchas otras personas que se abanderan en nombre de la ciencia en pos de aquellos charlatanes, pseudocientíficos, primitivos de tufo espiritualoso o religioso. Y si bien es necesario ser críticos es innecesario ser cínicos o subirse a un pedestal para decirle a las personas que su sistema de creencias vale poco menos que aire en una bolsa.

De la ciencia y sus demonios

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En este punto puedo agregar que parte de la locura de mi familia es que es una masa ecléctica en todo sentido, tal como combinan remedios naturistas te prescriben medicamentos; tal como son religiosos van a distintas congregaciones (y no siempre amigas); tal como tienen un esquema naturista en su alimentación, el patriarca de la familia, o sea mi abuelo, fue tablajero. Y, al mismo tiempo, las prácticas poco científicas conviven en un ambiente en el que mis mayores promueven con fervor el conocimiento, la lectura, las artes, el interés por otras culturas.

La ciencia no es un dogma, mucho menos uno incendiario que arremete contra todo aquel que no esté de acuerdo

La primera vez que escuché hablar de la ciencia como un aliado para el conocimiento crítico fue en Cosmos con el gran **Carl Sagan. En ese programa que vi con mis padres, Sagan explicaba el gran timo que resultan los horóscopos y la libertad que puede dar el pensamiento científico. En otro capítulo comprendí lo que la ciencia hace, (al menos eso entendí entonces): explica lo que nos rodea, da respuestas y es el motor de grandes avances tecnológicos; es decir, que también nos dice de qué va la vida y esto me pareció fantástico.

Ahora bien, el pensamiento científico no es para convertirse en jueces o examinadores del coeficiente intelectual de los demás y, muy por el contrario, es para analizar las cosas con un criterio que exige pruebas, así como resultados sistemáticos y comprobables. La ciencia se alimenta de la curiosidad, de la observación, de la imaginación, de la creatividad. Es decir que la ciencia no es un dogma, mucho menos uno incendiario que arremete contra todo aquel que no esté de acuerdo, no es un arma para regodearse en ella y ridiculizar a alumnos, vecinos o amigos. Muy por el contrario es humilde ante lo desconocido aunque muy crítica.

Sé bien que resulta inevitable ver con suspicacia las actividades naturistas de mi familia y mucho más combinarlas, y si bien no voy a defender ninguna, puesto que no tengo más que un humilde “a mi me funciona”, además que este artículo es una reflexión y no un paper científico, puedo agregar que tampoco es válido correr a rezar a Sagan a la primera recomendación de un té o de una hierba medicinal. También esto carece de sentido común.

De lo personal y lo universal

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Ha pasado bastante tiempo luego de la clase de filosofía que describo líneas arriba; también de criarme con mi madre y mi abuela con sus masajes, sus tés en ayunas para la energía o para el dolor de estómago, o sus tinturas de plantas con alcohol, y aunque muchas cosas que aprendí con esa gran familia loca no las practico en mi propia familia sí me quedo con otras (además de añadirle otras como la meditación), así sean tachadas como prácticas pseudocientíficas; y al respecto diré que la razón de esto es que me resulta muy complicado cortar de tajo algo con lo que crecí de forma natural, que me resulta tan cercano y verdadero, y que nunca vi en conflicto sino complementarios. Con gran sorpresa supe que la homeopatía no tiene validez científica cuando para mí fue la gran diferencia en varios momentos complicados, lo mismo va para las flores de Bach. Otro ejemplo en este sentido es la herbolaria, me resulta curioso cuando se le ve como práctica retrógrada, cuando a mi me resulta algo muy cercano a lo que hacemos al alimentarnos: reconocer las propiedades y nutrientes de los productos.

De las terapias naturistas aprendí el compromiso personal para hacer cambios sustanciales en la salud

Sé bien que algo a criticar, y yo lo hago, a las prácticas naturistas es su informalidad, lo peligrosas que pueden ser si se les adjudica cualidades mágicas; si se hacen productos con el único fin de que sean lucrativos sin importar las consecuencias; si creemos que tomar algo se llevará una enfermedad de la noche a la mañana cuando en realidad son necesarios cambios en los hábitos cotidianos. Pero, si lo pensamos un poco, de esto mismo se debe estar atentos con los médicos y medicamentos respaldados por la ciencia.

Por último, si hay algo que admiro del legado ecléctico de mi familia es que el naturismo exige un compromiso personal, cambios profundos cuando se trata de mantener la salud; me gusta el lado humano y cercano de las terapias, cosa que a veces los médicos y hospitales olvidan en la praxis. También me gusta el consejo constante de aprender de las enfermedades y por esto mismo ser mucho más cuidadosos con lo que se hace, se come o se administra en lo cotidiano.

Por otro lado, admiro que la medicina ofrece respuestas como ninguna otra práctica, sus avances incrementaron la esperanza de vida, otorgó y sigue trabajando en oportunidades a personas con enfermedades complicadas. Me gusta que sea sistemática, exigente, que aprenda de sus errores. Así pues, me gusta esta mezcla de lo humano y lo científico (que también es humano), de la “magia” sin magia que resulta la ciencia, la humildad de esta y sus ansias de tener respuestas. Como dije anteriormente, nunca los vi en conflicto sino como terapias complementarias. Eso, o me quedé loca.

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