Con frecuencia nos encontramos con alguna publicación en Facebook o en nuestro correo que nos invita a firmar una petición online para apoyar alguna causa. Si simpatizas con el planteamiento, es muy probable que hagas clic automáticamente en el vínculo y dejes tu firma, casi por inercia. De ese modo nos convertimos en activistas sin salir de casa: estamos en contra del maltrato animal, queremos que se vaya algún político, queremos que se cambien las políticas o condiciones de alguna empresa, apoyamos las revoluciones políticas en otros países....y así sucesivamente nos transformamos en un superhéroe, capaz de luchar contra las injusticias del mundo, pero ¿realmente estamos haciendo la diferencia?

Peticiones online: ¿un fraude?

Si nos referimos a los pocos números que podemos encontrar en la red, firmar peticiones online no tiene mayor impacto. O mejor dicho, sólo pueden llegar a tenerlo si tenemos en cuenta el tipo de petición, a quién van dirigidas, el alcance del medio utilizado para recabar las firmas, la forma en que está redactada, entre otras. Es complicado obtener estudios académicos que validen esta información, al menos en lo que se refiere a América Latina y España, pero es posible obtener estadísticas de Australia y Reino Unido. En Australia:

“De 2589 peticiones presentadas a la Casa de los Representantes desde 1999, sólo tres han recibido una respuesta ministerial. Desde 2001, las peticiones han sido presentadas y discutidas durante ciertos periodos de asuntos de miembros privados. Sólo el 3.3% de las peticiones presentadas a la Casa desde entonces, sin embargo, han sido presentadas de esta manera. De hecho, un individuo tendría una oportunidad mayor de recibir una respuesta escrita de su carta que un grupo de personas que hayan expresado su disgusto colectivo firmando una petición.”

En una carta dirigida a la Cabinet Office de Reino Unido, Natalie Tuck solicita información sobre la cantidad de peticiones hechas en el año 2009 y cuántas de estas han recibido respuesta, a lo que informaron que habían recibido unas 16000 peticiones electrónicas en ese periodo, de las que sólo unas 500 obtuvieron respuesta; es decir poco más del 3%.

Si bien resulta engorroso obtener cifras oficiales en España y Latinoamérica sobre la efectividad de las campañas en sitios web como Change.org, basta con remitirnos a la cantidad de peticiones abiertas en el sitio y revisar posteriormente cuántas lograrán su cometido. Y si a esto le aunamos que las firmas hechas en este lugar no son verificadas, podremos vislumbrar el impacto y seriedad de estos portales.

Las firmas hechas en Change.org no son verificadas. En Change.org no existe un control de identidad serio. Puedes ingresar con una cuenta de Facebook o con una dirección de correo para firmar cualquier petición, incluso puedes usar varias cuentas desde el mismo ordenador sin ningún problema. No exigen un documento de identidad válido ni nada por el estilo. De este modo, cualquiera podría crear cuentas ficticias y firmar su propia petición. De hecho, en el año 2013 uno de los creadores de Menéame hizo un bot para firmar varias veces por minuto en change.org que funcionó a la perfección. Desde esta perspectiva, estos movimientos de cyberactivismo pueden ser un fraude.

De hecho, acabo de hacer una prueba utilizando un nombre ficticio, una dirección de correo al azar y logré firmar una petición a nombre de una persona que reside en Valencia, España que no conozco y que está registrada en la plataforma.

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El negocio detrás de las peticiones online

Sitios como Change.org han sabido cómo posicionar su marca. Comenzaron como una organización sin fines de lucro, lograron unas cuantas victorias importantes (para qué negarlo, unas cuantas peticiones logran su cometido) y cimentaron su compañía sobre valores progresistas. Pero un proyecto como este no se mantiene con firmas y esperanzas, es necesario obtener beneficios económicos para mantenerlo.

Muchos sitios web obtienen sus ganancias a través de la publicidad, y si lees los términos y condiciones para anunciar en change.org podrías llevarte la impresión de que lo hacen de este modo; pero la verdad es que no venden anuncios en su página; sino que monetizan el activismo social. Lo que venden no es un espacio en su sitio web, sino tu dirección de correo y tu apoyo a ciertas campañas. Cuando firmas una petición, se abre una ventana que te sugiere otras peticiones patrocinadas por los clientes del sitio; es más, te piden tu número de teléfono para recibir llamadas o mensajes sobre la campaña. No está muy claro si venden tu información sólo a estos sitios sin fines de lucro, pero la revista Forbes calculó que las ganancias de change.org en el año 2012 ascendían a unos 15 millones de dólares.

Otra ventana de oportunidad para el lucro que se esconde detrás del cyberactivismo tiene que ver con lo que en inglés se conoce como astroturfing. Este término es un juego de palabras que involucra 'astroturf', una marca famosa en Estados Unidos de césped artificial y hace referencia a la práctica de hacer ver que un mensaje o causa tiene raíces en las masas, en la sociedad, en vez de ser patrocinada y financiada por los interesados. Es decir, algunas empresas pueden crear una página para defender una causa en las redes sociales, llenas de reviews, opiniones y recomendaciones de usuarios ficticios, capaces de crear y manipular una matriz de opinión.

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Slacktivismo y la autocomplacencia

El slacktivismo es un término derivado del inglés que viene de slack (vago) y activismo. Básicamente, engloba este movimiento que se ha difundido gracias a las redes sociales, se trata de apoyar causas sociales a través de acciones que carecen de una repercusión real: usar una cinta de un color, cambiar tu fotografía de perfil, utilizar un hashtag, firmar peticiones en línea, unirse a comunidades, entre otras. Es un disfraz autocomplaciente que nos permite sentirnos solidarios, humanos y contentos con nosotros mismos, menos culpables si se quiere.

Si no es un secreto el negocio de los sitios de peticiones online y lo inefectivos que pueden llegar a ser, entonces ¿por qué seguimos utilizándolos? La respuesta tiene que ver un poco con la biología, pues nuestro cerebro ha evolucionado para recompensarnos con una descarga de dopamina y endorfinas cuando hacemos algo altruista; así que cada vez que alguien utiliza un hashtag o firma una petición, obtiene una sensación inmediata de bienestar y satisfacción. Esto no parece negativo, pero esto en realidad evita que firmar pueda salvar el mundo.

Una persona que hace click en “me gusta” en una causa en una red social, tiene menos posibilidades de donar o hacer algo real en beneficio de esa causa. El problema radica en que esta respuesta biológica que obtienes cuando le das “me gusta” a una página de Facebook o cuando firmas una petición te hace creer que ya has hecho tu parte, que no hace falta que hagas nada más. En efecto, un estudio doctoral hecho en la Universidad de Columbia, Vancouver logró determinar que una persona que hace clic en “me gusta” en una causa en una red social, tiene menos posibilidades de donar o hacer algo real en beneficio de esa causa, porque en su mente siente que ya ha contribuido lo suficiente.

Si todavía quieres salvar el mundo, puedes hacerlo

Las peticiones online no siempre son una pérdida de tiempo. Hay casos en los que se han logrado victorias significativas, por lo que el cambio es posible. El #IceBucketChallenge, la campaña para que el Bank of America eliminara un cargo extra de 5$, se han evitado matanzas de perros, se permitió que las personas invidentes puedan ser jueces en el CGPJ en España, entre muchas otras. Todas estas peticiones tenían ciertas características en común, que las separaron del slacktivismo. Como mencionamos, la efectividad de una petición online no tiene mucho que ver con la cantidad de firmas recolectadas. Basta con recordar el caso de las niñas secuestradas en Nigeria por Boko Haram, la petición online logró recabar más de un millón de firmas, pero las niñas nunca regresaron e incluso, secuestraron más (unas 2000 en los últimos 15 meses).

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En su mayoría, las peticiones que han tenido éxito han estado dirigidas a un organismo pertinente, entre más pequeño y local mejor. Es más sencillo hacer llegar una petición a un ministro o un senador de tu localidad que a un presidente de un país africano, por ejemplo. Asimismo, las peticiones que han tenido éxito han sido muy bien redactadas, presentan una clara exposición de motivos y objetivos que se desean conquistar. Las consignas incendiarias y emocionales no tienen ningún impacto. Del mismo modo, debe tener alcance local masivo. No sirve de nada si deseas un cambio para tu comunidad y difundes en redes sociales que no son populares dentro de ella.

Pero si hay algo que garantiza el éxito de una petición online es que quienes la firman deben estar conscientes de su alcance y función: lograr visibilidad y guiar a las personas a la acción real. De nada sirve que la petición se haga viral, si las personas creen que con la firma es suficiente. Es necesario que incluya información de los organismos que pueden recibir donaciones de dinero o insumos, si es posible ser voluntarios, las direcciones de correo a donde se puede enviar una carta personal (que siguen siendo más efectivas que las firmas masivas). Es importante tomar acciones, un pequeño donativo (que puedes hacer desde tu computadora) puede hacer la diferencia, no basta con que alguien firme aquí para salvar el mundo.

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