John, Robert y Edward Kennedy, en 1960. Fuente: Telegraph.

John, Robert y Edward Kennedy, en 1960. Fuente: Telegraph.

Desgracias que han acompañado a una familia durante tres generaciones: asesinatos, accidentes, suicidios… Acontecimientos inseparables en el clan de los Kennedy, con toda probabilidad una de las sagas más famosas de la historia norteamericana y que durante décadas ostentó el título de la familia más influyente de Estados Unidos. Sin duda, forman parte del legado contemporáneo americano; una historia en la que el éxito y la ambición se entrelazan con el infortunio. Su miembro más conocido y presidente estadounidense entre 1961 y 1963, John Fitzgerald Kennedy, fue asesinado en Dallas un 22 de noviembre a los 46 años, mientras realizaba una visita política por el estado de Texas. JFK fue asesinado al igual que su hermano Robert Fitzgerald Kennedy, quien podría haberse convertido también en presidente, en 1968. Varias décadas antes, su hermano mayor, Joe Jr había fallecido en combate como piloto de un bombardero en 1944. Pero no sólo se vieron afectados los hijos varones de Joe Kennedy Sr y su esposa Rose Fitzgerald, los jerarcas de la saga. Su segunda hija, Kathleen Kennedy murió en un accidente de avión en Francia en 1948, mientras que Rosemary, la hija mayor de Joe Jr, que era discapacitada mental, fue lobotomizada en 1941 y pasó el resto de su vida en una institución psiquiátrica.

Asimismo, la segunda generación prosiguió irremediablemente con la cadena de infortunios. De hecho, David Kennedy, el cuarto hijo de RFK, falleció en misteriosas circunstancias en una habitación de un hotel de Florida, tras una sobredosis de cocaína y otras sustancias, en 1984. A su vez, Michael Kennedy, el tercer hijo de RFK, murió trece años después en un fatal accidente de esquí en Aspen, Colorado.La imprudencia influyó en varios de los fatales accidentes Mientras que la mayor tragedia mediática tras el asesinato de JFK, llegó en 1999, cuando su heredero John Fitzgerald Kennedy Jr, que ejerció como prestigioso abogado, periodista y escritor, perdió la vida a los 38 años cuando la avioneta que pilotaba se estrelló en el Océano Atlántico, cerca de las costas de Massachusetts. Un accidente en el que también murieron su mujer Carolyn Bessette y su cuñada Lauren. Fue un suceso que marcó un punto y aparte en la “maldición” de la familia, que prosiguió su andadura sin más calamidades.

Joe Kennedy Sr y Rose Fitzgerald, junto a sus seis hijos. Fuente: The New York Post.
Joe Kennedy Sr y Rose Fitzgerald, junto a seis de sus hijos. Fuente: The New York Post.

También hubo sitio para desgracias menores. Ted Jr, hijo de Ted Kennedy, perdió parte de una pierna debido a un cáncer. El clan también tuvo que hacer frente a los cargos por violación de William Kennedy Smith, el hijo de la hermana de JFK, Jean Kennedy, el ingreso en prisión de Michael Skatel, sobrino de la esposa de RFK por el asesinato de una niña en 1975 (actualmente está cumpliendo una condena de 20 años) y por último, el polémico suicidio de Mary Richardson Kennedy. Pero, ¿podemos, en términos objetivos, hablar de una maldición?

Por un lado, fueron muchos los que vieron en las desgracias de la familia un castigo por los “pecados” de Joe Kennedy Sr, el patriarca. Acusado de mujeriego, contrabandista, especulador y derrotista durante su etapa como embajador de EE.UU en Gran Bretaña durante los primeros instantes de la 2ª Guerra Mundial. Lo que sí es cierto es que todas las familias sufren sus problemas, aunque los Kennedy conformaban una familia enorme, algo que inevitablemente aumenta las probabilidades de sufrir este tipo de sucesos. Por ejemplo, Joe Sr tuvo nueve hijos, mientras que Bobby Kennedy llegó a tener once. Asimismo, la imprudencia también ha influido en algunas muertes: John Fitzgerald Kennedy Jr usó una avioneta en pésimas condiciones aunque el accidente ocurrió por un error del piloto, y Michael Kennedy obvió el uso del casco mientras esquiaba.

A pesar de ello, la “maldición” se perpetuará por desgracia en la memoria colectiva, estoy seguro. Dejando a un lado la Ley de Murphy (si algo puede salir mal, saldrá mal) y el pesimismo que la rodea, aquí lo que prevalece es la conjunción entre el interés por aquello que está fuera de lo común y la notoriedad de una saga que ha marcado la historia reciente norteamericana.

El crimen contra el “otro” Kennedy

Robert Francis Kennedy era el hermano menor de John, asesinado tan sólo cuatro años antes. Había ostentado los cargos de Fiscal General de EE.UU y de senador por Nueva York. Con la popularidad del presidente Lyndon B. Johnson en horas bajas (había sido duramente derrotado en las primarias demócratas de New Hampshire por Eugene McCarthy), Robert decidió dar un paso adelante y organizar su propia candidatura con la intención de optar a las elecciones a la Casa Blanca. Incluso llegó a vencer a McCarthy en 1968 en las elecciones primarias de California.

Instantes después del asesinato de RFK, en los que Juan Romero, empleado del hotel, intenta consolarle. Fuente: Life
Instantes después del asesinato de RFK, en los que Juan Romero, empleado del hotel, intenta consolarle. Fuente: Life

Tras la importante victoria que auguraba el comienzo de un nuevo ciclo de leyenda para los Kennedy, éste organizó ese mismo 6 de junio una velada en el Hotel Ambassador de Los Ángeles. Y tras el acto, al salir del hotel se le sugirió que abandonara el edificio por una puerta trasera, por lo que debía atravesar las cocinas del comedor. Es cierto que fue advertido por uno de sus guardaespaldas del FBI, Bill Barry, del peligro que suponía dicha elección, pero finalmente Robert hizo caso omiso y optó por las cocinas. Al entrar, un joven palestino de 24 años, Sirhan Sirhan, disparó contra el senador con un revólver del calibre 22, hiriéndole en la cabeza. Una herida de la que fue imposible salvarle en el Hospital Buen Samaritano de LA.

Sirhan fue detenido y condenado inicialmente a la cámara de gas, aunque más tarde se redujo la condena a cadena perpetua. Un trágico final para el Kennedy destinado a reverdecer viejos laureles. Robert fue enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington, muy cerca de su hermano.

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