Influenciado por el boom mediático, a comienzos de 2013 me hice con una Jawbone Up, una pulsera cuantificadora realmente atractiva. Era invisible, medía mi actividad física y me permitía cuantificarla; un sueño hecho realidad para mi. Las primeras semanas la usaba intensivamente, intentando extraer el máximo de ella y de los datos que me proporcionaba. Pero ese ritmo empezó a decrecer progresivamente, hasta que llegó un momento en el que quedó en el cajón y se deterioró.

Hice varios intentos, pero siempre acababa cayendo en la indiferenciaPero como buen ser humano, no tuve suficiente con tropezar una vez con la misma piedra. Así pues, **compré a finales de ese mismo año una Fitbit Flex, esperando que la experiencia fuera mejor. Al principio, al igual que con la Jawbone Up, todo era maravilloso: una pulsera invisible, el factor social me invitaba a moverme más y la cuantificación resultaba realmente útil en mi día a día y mis salidas de running diarias.

Con el paso de las semanas, la Fitbit Flex comenzó a seguir el mismo camino que la Jawbone Up recorrió en su momento: pasó de ser algo útil a algo irrelevante. Tan irrelevante que pasaba días en mi muñeca sin batería, por lo que la cuantificación era nula y su presencia en mi cuerpo realmente absurda. En numerosas ocasiones me propuse revertir la situación: “Esta vez sí, Nico”, ”La cargo al máximo y a prestarle atención a los datos recogidos”… Esas eran las palabras que me repetía una y otra vez constantemente, pero siempre volvía al mismo punto: se agotaba la batería (ni siquiera me daba cuenta de ello) y tampoco me importaba esa situación.

Pulseras cuantificadoras - Pulseras cuantificadoras

Como si de un soplo de aire fresco se tratase, llegó a mis manos la Fitbit Charge HR hace escasas semanas (la cual analicé en Hipertextual), pero esta no cambió mi percepción de estos gadgets: siguen siendo totalmente innecesarios e irrelevantes, por muchos datos que sean capaces de recopilar.

Tras tantos intentos fallidos, era el momento de aceptar la verdad y renunciar a estas pulseras cuantificadoras*. Por ello, desinstalé la aplicación de Fitbit y de Jawbone de mi iPhone y guardé ambas pulseras en un cajón, donde han permanecido durante las últimas semanas.

Y no, no las he echado de menos. Ni en mi día a día ni en mis salidas de running*.

¿Qué ha causado esta situación?

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Este desecho de las pulseras cuantificadoras en mi día a día viene provocado por una serie de factores que se repiten en casi todas las personas que conozco con un wearable de esta categoría:

  • Necesitamos interpretar los datos. Sé el número de pasos, el número de plantas que he ascendido e incluso el número de calorías consumidas. Pero, ¿qué hago con estos datos? Las aplicaciones deben interpretar estos datos y ofrecernos consejos con el objetivo de mejorar nuestra salud. Por ejemplo: si hemos ingerido una gran cantidad de grasas durante el día, la aplicación correspondiente (sea Fitbit, Jawbone o Nike+) podría notificarnos ofreciendo una serie de ejercicios centrados en la quema de grasas para contrarrestarlo. En ese momento, la utilidad de estos wearables aumenta.

  • Segregación de datos. Los datos están segregados e individualizados. Lo idóneo es un medidor que cuantifique todo tipo de actividad física (como los fuel points de Nike). No es lo mismo salir a correr un tramo de 5Km que salir en bicicleta y recorrer un tramo de 120Km. El número de calorías, los músculos ejercitados y el gasto energético es completamente diferente en cada ejercicio. Todos deben estar recogidos y a la vez unificados en una misma medida que refleje esa actividad física de una forma homogénea.

  • Hasta ahora, no aportan nada diferencial. En ningún momento aportan una información lo suficientemente valiosa como para justificar su desembolso, sobre todo considerando las numerosas aplicaciones existentes en Google Play y App Store que replican sus funciones directamente en nuestro smartphone.

Pulseras cuantificadoras

  • La mayor parte del tiempo son irrelevantes. Los wearables deben ser invisibles físicamente, pero, simultáneamente, hacerse notar. Es decir, de nada me sirve llevar una pulsera en la muñeca si no recibo feedback de ella (salvo que yo lo reclame). Un ejemplo práctico: si detecta que estamos haciendo una actividad física intensa, que nuestra pulsera cuantificadora vibre y nos notifique de alguna forma de qué debemos ingerir cuando lleguemos a casa para recuperarnos. Es algo similar al caso Google Now vs. Siri: uno ofrece información útil en función del contexto en el que nos encontramos, al otro tenemos que reclamarla.

  • Los alimentos ingeridos, una parte fundamental totalmente secundaria. Para poder medir nuestro nivel de salud, los alimentos ingeridos son algo esencial, pero ninguna de las aplicaciones adjuntas a estas pulseras cuantificadoras las tiene en cuenta de una forma correcta. En todas ellas es difícil introducir con precisión la ingesta de proteínas, grasas, etc. Por no hablar de la imprecisión de sus datos. Esto debe tomar más relevancia.

  • **El boom inicial llega a su fin. Estas pulseras prometían mucho en sus inicios, pero su escaso avance en los últimos años y el crecimiento exponencial de smartwatches (que hacen sus mismas funciones y llegan junto a ecosistemas mucho más potente) no hacen más que perjudicar su situación. Cada vez hay menos motivos para llevar una pulsera cuantificadora independiente teniendo smartwatches tan avanzados como el Apple Watch o el LG G Watch R.

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