Todo fue casual. Decidí instalar Dispatch, una aplicación para la gestión del correo en el iPhone muy orientada a la productividad. Ya se sabe, que si gestos, que si respuestas preparadas... algo realmente útil que además contaba con muchos votos y análisis positivos. Aquello no podía ir mal. Sin embargo, fue instalarla y descubrir que no contaba con notificaciones push, o lo que es lo mismo, que no comprobaba el correo electrónico en segundo plano. Algo inaceptable que duraría seguramente poco en mi smartphone, aunque decidí darle una oportunidad a la experiencia, y descubrí que descargar el email nuevo a voluntad me devolvía el poder sobre él y no al revés.

Y desde ese día me he acostumbrado a leer el email cuando yo quiero. Puede ser que en momentos de estrés, o por el contrario, de ocio, lea el correo cada hora o incluso más, o que lo haga cada media hora. Lo que he descubierto es que realmente da lo mismo: nadie se ha molestado ni me ha generado ningún problema este cambio de hábitos que, por el contrario, me ha aportado una sensación de paz muy necesaria precisamente para trabajar. Y cuento este episodio porque justo en este punto de la reflexión, ha caído en mis manos el resultado de un estudio llevado a cabo por un grupo de investigadores de la universidad de Illinois que hablan de un creciente fenómeno al que han bautizado como "telepresión"

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Vender la imagen de ser hiperproductivo...

A todos nos ha pasado: estar el domingo plácidamente recostados en el sofá y llegar un inesperado correo del jefe (sí, ese que parece no tener vida propia) y contestar a toda velocidad para dar la impresión de estar disponible a todas horas. Sí, el correo electrónico y los smartphone nos dan la flexibilidad de poder trabajar desde casa, y lo que inicialmente parece una libertad añadida para el trabajador, se convierte en una esclavitud ya que éste se ve en la obligación de responder de forma inmediata bajo la amenaza de causar una mala impresión en el trabajo. Este es el concepto que acuña el término "telepresión", y es que el trabajador se ve en la obligación de estar siempre conectado para no dar una mala imagen. Visto así, parece un asunto baladí, pero no lo es: el fenómeno tiene consecuencias y no son triviales precisamente.

Los responsables del estudio han descubierto que los empleados que se llevan la oficina a cuestas sin llegar a desconectar muestran síntomas de burn-out o estar quemados por el lógico desgaste producido al no llegar a descansar del todo. Y no sólo nos referimos a fines de semana o momentos de ocio: en el informe se ha señalado que la gran mayoría de los encuestados reconocía responder a los correos en un plazo inferior a los quince minutos desde su recepción, y para gestionar su bandeja de entrada dedicaban diariamente una tercera parte de su jornada laboral. Y lo peor de este asunto es que la calidad del trabajo proporcionado por estos yonquis de la conexión era muy precaria, con lo que su valoración como empleado tampoco era alta.

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... cuando en realidad el rendimiento es pésimo

Visto así... ¿qué posibilidades reales de cambio hay? En realidad, todas. Lo primero que hay que hacer es respetar nosotros mismos nuestros tiempos de descanso, no sólo por un lógico cuidado de nuestra salud física y mental, sino para ser capaces de ofrecer un rendimiento óptimo en el trabajo. Este cambio pasa por dejar de consultar el correo el viernes al salir del trabajo, y no volver a abrirlo hasta el lunes. Por descontado, habrá que recordar a los compañeros de trabajo, incluyendo al jefe, que el fin de semana es para descansar, y si las palabras no funcionan, se puede probar con apagar el móvil durante esos dos días. Descubrirás que el mundo tampoco se para... Otra medida que puedes empezar a poner en marcha es tardar deliberadamente en responder a los emails (en aquellos no urgentes, lógicamente) y comenzarás a sentir una gran liberación.

Pero posiblemente la medida más gratificadora sea la que encontré por accidente y con la que abro el artículo: desactivar las notificaciones del correo electrónico y ser uno mismo quien decida cuándo y en qué circunstancias desea leerlo. Es posible que al principio cueste un poco adaptarse, pero pronto descubrirás que no sólo no hay consecuencias negativas, sino que además recuperas el control de la situación de nuevo. Los participantes en el estudio proponen además medidas a nivel de organización, como establecer los tiempos normales de respuesta a un correo en 48 horas o avanzar que no se dará respuesta a ciertos mensajes hasta el viernes, dándonos así margen para desempeñar otras tareas.

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