Colas por el iPhone 6 en la Apple Store de Sol, Madrid.

Vaya por delante que nunca he hecho una cola para esperar nada en especial, más allá de las del día a día. Nunca he hecho cola para comprar un iPhone, ni un Galaxy, ni para esperar a la apertura de una Apple Store. No va conmigo. Pero no estoy en el otro extremo, el de quien critica y ridiculiza a quienes las hacen. Entiendo que hacer cola por un producto deseado o por una experiencia no cotidiana es mucho más que un trámite, a veces también es un fin. No hablo sólo de las colas de las Apple Store.

Tampoco juego a la lotería (ojalá pudiese decir que "porque ya tengo dinero"), pero veo entre quienes sí lo hace un patrón similar. Cuando se compra un boleto de lotería no se está pagando sólo tener una posibilidad diminuta de ser el ganador, se está pagando algo más. El tiempo que pasa entre la compra del boleto y el sorteo, habitualmente concluido con un "este año, tampoco", es un período de ilusión, de expectativas. La gente piensa cómo sería su vida tras ganar la lotería, qué se podría comprar, dónde podría viajar o qué problemas podría olvidar. Y habitualmente no piensa en qué problemas nuevos podría encontrar, pero ese es otro tema.

Cuando compramos algo a futuro y lo esperamos de forma activa no tenemos sólo un producto reservado, tenemos ilusión y expectativas.

En los últimos tiempos, cualquier compra a futuro, aunque sea a días, es similar. Con Twitter, Facebook e Instagram como parte fundamental de la comunicación de nuestro día a día, comprar una entrada para un concierto, tickets para ir al cine o reservar el último iPhone ya no es sólo comprar una experiencia, también compramos la ilusión que tenemos los días previos y que solemos transmitir a los demás. Con un estado de Facebook, con un tuit contando dónde estaremos en unos días o con una foto de las entradas o un pantallazo del mail de confirmación.

Vuelvo a las colas. Hay quien ve divertido pasar una noche al raso o algunas horas de pie por el hecho de esperar. Seamos francos: no es divertido. A nadie divierte pasar una noche sin dormir frente a una tienda rodeado de gente desconocida, incluso aunque se vaya en compañía. Pero hay otro factor: la misma ilusión. Ser plenamente consciente durante las últimas horas antes de obtener el bien deseado. Estar bien despierto para vivir esa emoción.

Hacer cola difícilmente es divertido. Sólo la ilusión de los últimos momentos puede cambiarlo.

En el montañismo y la escalada, según se asciende y se llega más cerca de la cumbre, aumenta el vértigo en la misma medida que el oxígeno escasea. El suspense se hace insoportable, pero en el fondo uno querría que durara para siempre. Llevado a los apasionados por la tecnología o directamente al nicho de Apple, hacerse con el último terminal, el primer día a primera hora, antes que nadie, supone algo similar. Más mundano, más material, menos sacrificado, pero esencialmente igual.

Anoche en Madrid había más de 100 personas haciendo cola para entrar a la flagship de Movistar en Gran Vía para poder comprarlo a partir de las 00.01 h. En la tienda Orange de Sol, unas 50 personas en los primeros minutos de venta. La Apple Store también de Sol no tenía ni 30 personas a medianoche, pero según se acercaban las 8 de la mañana, en que se ponían a la venta los nuevos iPhone, más gente iba llegando hasta estar cerca de las 400 personas durante las primeras horas a la venta. Algo similar a las ventas de entradas para conciertos, para partidos de fútbol, para consolas de nueva generación y hasta para aperturas de tiendas de ropa. Todos haciendo cola. Todos con la ilusión tocando hueso.

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