La proliferación de canales de comunicación nos ha expuesto a una sobredosis de información sobre las películas que llegan a la cartelera. Particularmente las que se estrenan coincidiendo, bien con las vacaciones estivales —en función también del hemisferio en el que te encuentres— o con las navideñas, predestinadas a una mayor recaudación en taquilla. Una película como Man of Steel llega además con muchos alicientes, casi tantos como, a priori, inconvenientes. Por un lado se trata de una nueva versión de uno de los personajes más queridos, no ya del universo DC Comics, sino de todos los superhéroes. Si bien ha tenido numerosas adaptaciones en televisión, en el medio cinematográfico la representación más popular es la que en 1978 personificara el malogrado Christopher Reeve en una producción de Ilya Salkind. Quizás la película de superhéroes que abrió el camino a lo que podemos considerar un subgénero dentro de la ciencia-ficción, que sirve como puente al de acción.

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A pesar de que diferencias entre director y productor no permitieron que Richard Donner firmara la primera secuela, Superman II, que se rodara casi entera a la vez que la primera, su manera de ver al hombre de acero permitió que Superman fuera una película del gusto de todo tipo de público, apto tanto para lectores del cómic y seguidores del cine de ciencia-ficción, como para los profanos en este tipo de universos fantásticos. Rodada dentro de los parámetros de un estilo neoclásico, cercano al de la generación de los nuevos cineastas de Hollywood, su máxima a seguir sería en todo momento la verosimilitud. Después de asimilar que estábamos ante un individuo que no pertenecía a la raza humana, condición por la cual las condiciones de nuestro planeta le conferían todos sus extraordinarios poderes, el resto de la trama no incluía más elementos fantásticos. Lex Luthor era un ser mortal, así como lo eran sus secuaces, y nadie más, aparte del general Zod y sus acólitos que llegarían en la secuela —más cerca de caricaturas que de auténticos villanos— tendrían esos mismos poderes.

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Es evidente que esta misma regla no se siguió en ninguna de las demás secuelas, siempre inferiores, como Superman 3 y la cuarta entrega, dirigida directamente por Christopher Reeve, con un entrañable mensaje antinuclear, ni mucho menos Supergirl, aquel infame spin-off que estaba más cerca de los parámetros de un cine absolutamente fantástico y mucho más dirigido a un público infantil. Tampoco fue muy afortunada la secuela de Bryan Singer, que si bien trataba de olvidar la tercera y cuarta entrega del personaje realizando una secuela a partir de Superman II, no conseguía ni convencernos de que sólo habían pasado cinco años dentro de la trama después de que la anterior película se estrenara con una diferencia de 25 años, ni de la validez de su nuevo encontronazo con Lex Luthor, que prácticamente hacía un remix con la misma trama de sus precedentes. Y aún así Warner Bros ha querido resucitar a Superman.

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No me cabe duda de que gran influencia en esta nueva incursión en Krypton se produce gracias al éxito de otra nueva versión de un héroe, también de DC Comic, como Batman, que de la mano de Christopher Nolan, ha conseguido ofrecer una nueva versión, mucho más cercana y humana del hombre murciélago. ¿Era posible hacer lo mismo con Superman? Sí. Rotundamente. Y no lo digo por fanatismo o intuición. Sino porque he tenido la oportunidad de comprobarlo. Lástima que me encuentre en España, en donde todavía falta una semana para que se estrene la película y, en la línea de las últimas campañas de promoción, como la de World War Z, sólo se nos ha permitido acceder a parte del material, pero no a todo, pero puedo afirmar con toda seguridad que Man of Steel es uno de esos remakes que, sin desmerecer a su precedente, consiguen abrir nuevas líneas y caminos ofreciendo algo totalmente nuevo y diferente. No pretendo desvelar nada del contenido de Man of Steel, tan sólo me limitaré a señalar algunos aspectos de la película, tanto positivos como negativos.

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Es posible que la primera impresión de Krypton nos parezca una versión de Vulkano poblado por seres humanoides sacados de Star Wars, con criaturas extraídas de John Carter, mientras que el general Zod y sus secuaces parecen haber reciclado los trajes que los fremen lucían en Dune, customizados con la estética de Alien —que se extiende hasta algún momento más de la película— y su padre parezca poseído por el espíritu de Gladiator, pero la verdad es que una vez Kal-El llega a la tierra, todo queda superado para descubrirnos una nueva manera de mostrar a Superman. Los personajes son los mismos: los padres biológicos y los adoptivos, Lois Lane y sus colegas del Daily Planet, así como el general y sus compañeros rebeldes, también las acciones que forman el periplo infantil y adolescente de Clark Kent, hasta que se convierte en lo que es; pero la manera en la que se organiza el relato hace que todo sea radicalmente diferente y, sobre todo, la manera de mostrarlo. Que se haga hincapié en la condición alienígena del superhéroe y su diferencia con los humanos, marca una diferencia sustancial con su precedente, en la que se le dejaba pasar desapercibido al tener la misma apariencia que una persona cualquiera. De hecho, está más cerca de una película de extraterrestres que de superhéroes.

Man of Steel permanece fiel al espíritu de Superman, pero ofreciendo una mirada mucho más contemporánea y creíble, tanto del personaje como de la manera en la que se relaciona con los humanos. Si a esto añadimos la verosimilitud de la mayoría de las situaciones, permítanme afirmar el gran acierto de Zack Snyder, Christopher Nolan y David S. Goyer —no en vano guionista también de la trilogía de Batman protagonizada por Christian Bale—, que han conseguido recuperar el espíritu de los personajes creados originalmente por Jerry Siegel y Joe Shuster, en una película que ofrece tanto o más de lo que había prometido. ¡Ardo en deseos de ver todo lo que me falta!

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