Que conste que quien escribe estas líneas es un amante desaforado de la fotografía en todas sus acepciones, en todas sus formas, en todos sus descubrimientos... pero desde que se ha embarcado en la vorágine del mundo digital tiene la sensación de ser un pelele a merced de los designios de las empresas, que han descubierto un filón en este ya no tan nuevo mundo.

Llevo haciendo fotos desde los once años, cuando la fotografía digital era algo fascinante que aparecía en Blade Runner. Mi primera cámara seria, una réflex, la heredé de mi querido padre que la recibió de mi abuelo. Cuando me profesionalicé, me compré de segunda mano una de las mejores cámaras que jamás se han hecho, con la idea de aprovechar los objetivos de mi primera cámara. Con ella estuve bastantes años, trabajando en festivales de cine y colaborando con revistas varias. Pero vi necesario cambiarme a una de esas cámaras modernas que tenían autoenfoque para poder trabajar más rápido en aquellas situaciones que lo requerían, como photocalls de estrellas con prisas y malos modos, que no posaban ni un minuto después de hacerte esperar una hora. En todo este tiempo siempre tuve una compacta que llevaba conmigo cargada con película de blanco y negro. Para los trabajos importantes llevaba siempre, y este es un consejo de oro, dos cuerpos, el nuevo y el antiguo.

Y todas mis cámaras, de 35 mm, iban acompañadas de carretes de color y diapositivas que siempre dieron buen resultado, siempre y cuando expusiera bien yo o el sistema semiautomático de las cámaras. No había diferencias de calidad entre una y otra. Sólo notaba que, según iba actualizándome, podía trabajar más rápido, y con los mismos resultados que ofrecía la película que me pudiera costear en ese momento.

Pero llegó el mundo digital. Carísimas cámaras que ni de lejos daban la calidad, por poner un ejemplo, de mi cámara compacta alemana. Pero tenían la enorme ventaja de ofrecer las fotos en el momento. Y eso, para el mundo de los periódicos y las revistas era poco menos que el paraíso. En un momento podían tener en las redacciones lo que acaba de pasar, sin tener que esperar a que el fotógrafo revelara en la habitación del hotel el material y lo enviara a través de los pesados aparatos de trasmisión. Internet no ha existido siempre.

Y de repente toda esa tecnología llegó a los hogares, un lugar donde ver las fotos era un rito después de un viaje. Llevaban los carretes a la tienda, o se lo sacaban de la cámara, pues muchos usuarios no sabían hacerlo, lo metían en un sobre y en dos o tres días, tenías las fotos en papel en casa, donde la familia recordaba lo que habían vivido una semana antes. Junto a las copias de papel, daban un sobre con los negativos que se guardaban para pedir copias. Y si había alguna buena se ampliaba para regalar a la abuela. Y con la misma cámara de todos los años.

Pero las marcas vieron el filón y todos hemos caído sin remisión:

  • De repente hace falta tener un cámara nueva que se queda desfasada en apenas un año, y no porque haya una pequeña mejora, sino porque los resultados finales se  parecen como la noche al día. En un año o menos, han descubierto un nuevo tipo de sensor que recoge más información en las noches cerradas y encima sin ruido.
  • Hay que tirar la cámara a la basura porque las recién presentadas tienen tres millones más de píxeles. Y te venden la cámara como mejor sólo por eso. En serio. Un 90% de los mortales fotógrafos necesitarían sólo tres millones de píxeles, de buena calidad, para sus recuerdos. Y sólo pueden comprar dieciséis o más.
  • Es muy importante para el usuario medio que su cámara dispare a 10 fps para no perderse la acción del cumpleaños de la prima del pueblo o de las caras de su primer hijo -motivo principal para comprarse una cámara-. Para la mayoría de la gente es innecesario. Estas cosas sirven para jugar el primer día y listo.
  • Por supuesto, en vez de ponerse de acuerdo en un estándar, los fabricantes diseñan hasta cuarenta tipos distintos de tarjeta de memoria, que desaparecen en menos de cinco años -¿alguien se acuerda de las Memory Stick que eran como pastillas de chicle; o de las Smartmedia?- y con ellas las cámaras que las alojaban . Hoy puedes comprar un carrete de 6x6 para una cámara de 1929 en cualquier buena tienda de fotografía.
  • Con el pretexto del "no cuesta" la gente hace miles de fotos en los viajes y en las reuniones que luego no volverá a ver. "No cuesta" no se debería confundir nunca con "no pienso". Es bueno poder experimentar y aprender de los errores, pero hay que hacerlo con cabeza. Mucha de la gente que hace esto, antes no disparaba ni una sola foto por no gastar...cuánto tiempo reprimido. Normal que ahora se desaten. La fotografía es un acto reflexivo, no un acto alocado.
  • Ahora que el mundo de los píxeles parece asentado y la calidad final está fuera de duda en la mayoría de los equipos, en vez de ofrecer productos consolidados, sin necesidad de frecuentes actualizaciones de firmware (¿desde cuando hemos empezado a aceptar productos que no han sido totalmente probados en fábrica?), venden cámaras que permiten hacer efectos de pintura (?¿); que eligen, ellas solas, la mejor foto que hemos hecho (?¿); o con funciones tan peregrinas como el modo foto debajo del agua, o niños felices en cumpleaños (?¿)...
  • Las baterías duran un día, si estás mirando siempre la pantallita y enseñándoselas a todo el mundo. Ahora el último grito es el wifi y el gps, que gastan aún más las escasas reservas de energía.

Puedo parecer un cascarrabias o un nostálgico, pero en mi época analógica sólo tuve tres cámaras. Desde 2003 llevo ocho cámaras a mis espaldas. Y todo porque la nueva era mucho mejor que la anterior. La calidad de imagen, que es lo que realmente importa, ha evolucionado mucho en apenas nueve años. ¿O a lo mejor llevan nueve años dándonos miguitas de pan para que piquemos una y otra vez?