Érase una vez dos productores de Lost llamados Adam Horowitz y Edward Kitsis que decidieron presentar un proyecto a la ABC titulado Once Upon a Time. Una nueva serie donde la fantasía, la magia, los cuentos de hadas, el amor, la realidad y los finales felices se entremezclan para contar una historia sobre la esperanza.
La ABC, que vivió durante años del éxito de Lost y Desperate Housewives, necesita urgentemente un nuevo bombazo televisivo ahora que su segunda gran serie se despide para siempre. ¿Será Once Upon a Time ese éxito? Podría ser.
Siempre digo que no se puede juzgar una serie por su piloto, que hay que ver al menos tres o cuatro capítulos para opinar sobre el producto, para ver por donde van a ir los tiros, para familiarizarse con los personajes y el entorno, para captar la esencia. Los pilotos suelen pecar de excesivos y de intentar abarcar demasiado pues tienen que presentar personajes e historia en cuarenta minutos y se aturullan. Los buenos pilotos escasean, los mediocres son el pan de cada día.
La historia
Once Upon a Time nos traslada a Storybrooke, en Maine, un pequeño pueblo donde viven atrapados y sin recordar quienes son los personajes de los cuentos de hadas. En ese maldito lugar podemos encontrarnos con Blancanieves, el Príncipe Encantador, Geppeto, Pepito Grillo, Caperucita Roja y su abuelita, la Bruja Malvada y muchas más fábulas que irán apareciendo a medida que vayan sucediéndose los capítulos.
Henry Mills (Jared Gilmore) es un niño de diez años que busca a su madre biológica, Emma Swan (Jennifer Morrison) para que inicie la batalla contra el maléfico hechizo. El chaval está convencido de que ella está destinada a salvarlos a todos, que vencerá al mal y hará que los finales felices vuelvan a ser posibles. Todo está en un libro de fábulas que la profesora del colegio le dejó a Henry, un libro que cuenta historias reales, historias que deben ser tomadas en cuenta.
Durante el piloto el nuestro mundo y el mundo de las hadas se intercalan para ponernos en antecedentes y explicar como la Bruja ha conseguido atrapar a las fábulas en Maine. Como siempre, la encarnación del mal, está obsesionada con arruinar la felicidad de Blancanieves (Ginnifer Goodwin) y crea una maldición definitiva que representa su victoria, su final feliz. Sin embargo, la hija de Blancanieves y el Príncipe Encantador (Josh Dallas) se salva y es enviada a nuestro mundo para que, cuando cumpla veintiocho años, pueda rescatar a sus padres y romper el temible hechizo. Eso es lo que dice la predicción de Rumpelstiltskin, un personaje que puede ver el futuro y que hace un pacto con Blancanieves.
Henry es un niño inteligente, con mucha imaginación, que no tiene amigos y que vive con su madre adoptiva, la alcaldesa (Lara Parrilla). Sabe que ella no lo quiere y se siente solo y desesperado. El niño que lo interpreta, al que pudimos ver como Bobby Draper en Mad Men, no resulta repelente, como muchos otros infantes televisivos y su obsesión con los cuentos de hadas es contagiosa.
Jennifer Morrison, conocida por sus papeles de Allison Cameron en House y Zoey en How I Met Your Mother, es una mujer solitaria, sin amigos ni familia que dio a su hijo en adopción cuando tenía dieciocho años y nunca más quiso saber de él. Es capaz de saber a ciencia cierta cuando alguien le miente, conduce un escarabajo amarillo y decide darle una oportunidad a la historia de Henry, quedándose una semana en Storybrooke. Morrison no es una buena actriz, carece de carácter y le falta carisma, es bastante limitada pero el personaje de Emma Swan parece que le sienta como un guante y que podría hacer cosas interesantes con él.
Los actores están más que correctos en sus intervenciones, destacando sobretodos ellos Robert Carlyle (Rumpelstiltskin) y Lana Parrilla (la alcaldesa).
¿Qué puedo esperar?
Estamos ante un piloto muy flojo, con un guión lleno de agujeros y saltos sin sentido, unos efectos especiales que no convencen y que no despierta el más mínimo interés. La única cosa que me importa es saber cómo pretenden extender la trama más allá de cuatro capítulos, creo que Once Upon a Time sería una más que decente miniserie pero no logro imaginar como armarán una temporada de veintidós episodios. La serie parece carecer de razón de ser a largo plazo. Si lo que buscamos es un producto ligero, con toques fantásticos y personajes conocidos aunque retorcidos, un entretenimiento para toda la familia, Once Upon a Time puede llenar ese hueco sin complicaciones.
No niego lo ambicioso del proyecto, reunir todo el universo de las fábulas y usarlo para crear tramas que pivoten entre la realidad y la fantasía. No obstante, no comulgo con la forma en la que lo ha hecho la ABC. El cómic Fables de Bill Willingham es temáticamente similar a esta nueva serie de televisión pero la supera con creces a todos los niveles; desde el tratamiento de personajes hasta las tramas pasando por la reescritura de los cuentos infantiles clásicos y la deconstrucción de los mitos.
En el capítulo de Once Upon a Time podéis encontrar un par de guiños lostianos, el reloj del pueblo marca las 8:15, el número donde vive Henry es el 108 la suma de la secuencia, Alan Dale (Charles Widmore) aparecerá dando vida al padre del Príncipe Encantador. .
Detalles que me llamaron la atención:
La alcaldesa le ofrece a Emma sidra para beber y en la mesita de la sala de estar hay manzanas rojas
A la profesora una alumna le da una pera. La tradición es darle una manzana pero teniendo en cuenta quien es ella, es lógico que prefiera la otra fruta.
El sheriff parece ser el Lobo, y si estoy en lo cierto, es lo mismo que sucede en Fables.
Ahora toca esperar a ver que nos dan desde la NBC con Grimm. ¿Otro fiasco?