El anuncio de un remake, un reboot o una re-imaginación de un clásico siempre conduce a las mismas reacciones. Primero, el entusiasmo: va a ser genial -imagínatelo- con efectos de 2011 -con lo que molaba... Luego vienen las inevitables filtraciones, y con ellas, la duda: ¿cómo que el protagonista va a tener un oscuro pasado? ¡Pero si en el original era un osito de peluche que comía tostadas con miel! Después llega la funesta fecha del estreno y, ah, amigos míos, viene demasiado frecuentemente acompañada de esa compañera infalible de la nostalgia: la decepción. Pero en algunas ocasiones, las menos, el remake consigue la hazaña soñada, y reinterpreta el original, lo actualiza y le da una nueva vida. Buffy lo hizo. Battlestar Galactica lo hizo. Y ahora, Thundercats lo está haciendo.

Pero, ¿qué tenían los Thundercats originales para que a una generación entera le temblasen las rodillas de emoción con la idea de revisitar el Tercer Planeta? Nadie lo sabe. En los ochenta, recordarán mis queridos lectores, las series de dibujos se producían con el único objetivo de vender juguetes. Algunas de las series más recordadas de aquella época no fueron producidas a instancias de las cadenas, sino a instancias de gigantes jugueteros como Hasbro que primero diseñaban una línea de muñecos y luego se la daban a una productora para que hicieran una historia con ellos. He-Man, Transformers, incluso Rainbow Brite -aunque en este caso se inspiraba en una línea de artículos de papelería- eran, en puridad, anuncios de media hora. Con más anuncios de otras cosas en medio. Pero por algún motivo, los equipos de producción, que eran habitualmente estudios de animación de cuarta fila como Nelvana o Filmation, pusieron un especial cariño en las historias y las hicieron épicas y resonantes. Y embobaron a una generación.

Thundercats en concreto tenía una mitología sorprendentemente rica e imaginativa. El Tercer Planeta era un lugar extrañamente desolado, lleno de ruinas de un mundo desaparecido, atrapado en la lucha entre dos facciones extraplanetarias: los Thundercats contra los Mutantes. Y en medio de esa lucha, su verdadera fuerza: el protegido de los antiguos espíritus del mal, Mumm-Ra. Y digo que es su verdadera fuerza porque si nos paramos a pensarlo, era uno de los personajes mejor construidos. En el campo de los buenos, Lion-O es un pazguato insufrible, Snarf es una aberración de proporciones semejantes al Bat-Mite y los demás personajes tienen tanta personalidad como un listín telefónico. Tienen poderes guays, pero caracterización, poquita. Sin embargo, Mumm-Ra es otro negocio. A diferencia de otros malos de la época, no es un bufón malintencionado, sino una auténtica encarnación del mal más puro. No hay nada que matice su maldad, y su aspecto es repugnante y terrorífico. Es un malo que da mucho miedo y nada de risa. Todo lo contrario que Megatron, vamos.

Partiendo de esta base, **podríamos decir que el remake lo tenía fácil. Nada más lejos. Porque la serie original, independientemente de todos sus fallos, conseguía realmente trasladarnos a un mundo diferente, nos hacía invertir emocionalmente en la búsqueda de los personajes y nos conseguía conmover. Lo que pasa es que ya no somos niños. No estamos tan dispuestos como antes a perdonar esas imperfecciones, y el equipo de producción lo sabía: los resultados lo demuestran.

Thundercats 2011** es todo lo que era Thundercats y mucho más. Con gran tino, ha sabido mantener las pequeñas fórmulas que hacían la serie reconocible, como el «Thunder- Thunder- Thundercats, ho!» y «Ojo de Thundera, quiero ver más allá de lo evidente»; ha recuperado la mitología: la Espada del Augurio, el Libro de los Augurios, el Mar de Arena, el Ojo de Thundera y los Antiguos Espíritus del Mal, todos forman parte de la nueva mitología. Pero solo una parte, porque el nuevo Tercer Planeta, es tanto, tanto más grande que el original. Las décadas de influencia de la animación japonesa -y por supuesto el hecho de que parte del equipo de producción venga de Japón- se dejan sentir en cada fotograma, imbuyendo el producto final de esa grandeza épica y legendaria que antaño estaba reservada a los animés. Las batallas son contra ejércitos armados hasta los dientes, con mechas que lanzan fuego y aplastan bosques. La magia permea el Tercer Planeta, y no sólo es una excusa para resolver cada episodio con un deus ex machina. En general, las apuestas no es que se hayan doblado, es que se han decuplicado.

No quiero revelar mucho del argumento: al fin y al cabo estamos en el siglo XXI y un misterio que se va revelando poco a poco es el centro de la narrativa. Sin embargo, puedo decir que se despega lo suficiente del original para ser algo nuevo, y aún así mantiene una ortodoxia casi férrea. Todos están ahí: Jaga, Lion-O, Tygra, Cheetarah, Panthro, Wily-Kit y Wily-Kat y, sorprendentemente, Snarf. También en cierto modo los Mutantes, aunque nadie los llama así. Incluso dejan caer ocasionalmente alguna referencia para los fans endemoniados, como una cabeza de Berbil o una foto de Monstruón, el malo de los Silverhawks, que aparece brevememte. Pero —oh desgracia— es precisamente el elemento central de la serie antigua el que ha sufrido más cambios, y no necesariamente para mejor. Mumm-Ra sigue siendo una momia, sigue teniendo oscuros poderes, y sigue invocando a los Antiguos Espíritus del Mal para transformarse en Mumm-Ra el Inmortal. Pero ahora puede salir de su pirámide incluso en su forma de momia, y tiene un tanque. Sí. En serio. El Mumm-Tanque, o el Tanque-Ra o algo así. Tiene un tanque.

No obstante, eso son poco más que detalles. Si empezásemos a ver la nueva serie sin nostalgia alguna por la antigua, descubriríamos una animación excepcionalmente fluida, un diseño de personajes tan impecable que es casi obsceno, y unos guiones extraordinariamente bien escritos. Tanto la historia serializada como la autocontenida de cada episodio proceden sin descanso, a un ritmo extenuante, y mantienen la tensión constantemente. Nuestros protagonistas están huyendo, y nosotros con ellos. Hay diálogos ingeniosos, y los personajes van desarrollando sus personalidades de forma sutil pero constante. Menos Snarf, afortunadamente. Y en los episodios más recientes ha habido algunas revelaciones muy interesantes que le han dado un matiz muy diferente a la serie.

En resumen, Thundercats es uno de esos pocos remakes que no sólo hacen honor al original, sino que amplían sus horizontes y nos llevan mucho más allá. Queridos lectores, si no lo han hecho ya, háganse un favor y descárguense los primeros siete episodios de esta pequeña joya. Sólo el episodio doble inicial ya merece la pena.

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