Recuerdo la primera vez que me llevaron a una sala de cine. Aquel ilusionado niño de 7 años que, con su entrada para ver Los Picapiedra en la mano, pisaba el patio de butacas sorprendido. -Así que ésto es un cine. Mis padres me miraban, complacidos de haber saciado la curiosidad de su retoño.

Fue el comienzo de una larga y fructífera historia de amor que se mantiene hasta nuestros días. Hoy, como ayer (como siempre) el ritual del multicine sigue propiciándome agradables sensaciones, incomparables por mucho a las que pueda proporcionarme visionar el estreno de turno en la pantalla del portátil.

Paciencia, que pronto comprenderéis a dónde quiero llegar. Dejadme que dedique un párrafo al deleite que sentí visionando The Social Network en pantalla grande, lo ansiada que fue para un servidor la última película de Fincher. ¿Recordáis que la elegimos película geek del año? Muchos de quienes se insertan en tal categoría terminaron viéndola desde la comodidad del salón, vía screener.

Quiero decir, existimos también los geeks que por nada del mundo daremos la espalda al modelo de exhibición cinematográfica tradicional, ya pueda seguir encareciéndose hasta lo absurdo. ¿Somos geeks de segunda?

Ahora entendéis que éste es algo más que un post sobre cine, es un artículo por y para todos aquellos geeks que defendemos la pluralidad del término. Los que alguna que otra vez pudimos haber sido rechazados por quienes vienen a considerarse de primera división.

A nosotros también nos encanta Blade Runner o Star Wars, pero preferimos cintas como Revolutionary Road. No sabemos mucho (más bien nada) de lenguaje informático y aún así nos apasiona como al más pintado lo que su desarrollo traiga consigo. Somos consumidores acérrimos de la más moderna tecnología, pero no terminamos de comprender por qué tal pantalla se ve mejor que aquella otra, simplemente sabemos que nos fascina lo cristalino de sus imágenes y que ardemos en deseos de llevarla a casa para escudriñar hasta la última de sus funcionalidades.

Ojo, no simplifiquemos la distinción en cuanto al mayor o menor entendimiento. Hablamos de pluralidad, hablamos de cambio. Qué es ser geek hoy ya no resulta tan fácil de concretar a como resultaba antaño, cuando el término designaba al gafapasta antisocial, refugiado en su leonera, frente al ordenador.

Un geek actual abarca desde ese tópico (que es verídico también, para qué negarlo) hasta el último líder de opinión, que precisamente por su apasionamiento tecnológico, por su compromiso para con la red y sus entresijos, ha conseguido articular un círculo de amistades impresionante por cuantía e influencia.

Está el geek que devora comics, quien disfruta como un loco manchándose las manos de grasa o el que entiende a la perfección los gustos informativos de los geeks a los que se dirige como blogger. Todos y cada uno muestran gustos no necesariamente complementarios, cada cual es tan geek como el anterior, pero a su particular manera.

Ésto es precisamente lo bonito del otrora peyorativo término: tú decides cómo ser geek sin que la elección resulte más o menos válida, porque ser geek, en definitiva, es una forma de etiquetar a aquellos que de un modo u otro nos enamoramos de nuestro hobby, en lugar de convertirlo en mero flirteo de fin de semana.

¿Qué clase de geek eres tú?

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