Eres programadora profesional: un oficio inexplicable, quizá esotérico, para las personas de tu generación. La paga no es mala porque el gobierno está detrás del proyecto y eres feliz de probar todos los día un bocado de lo que te cuentan será el futuro. Además el trabajo es sencillo a juzgar por su tres actividades fundamentales: conectar, conmutar, perforar.

No sabes bien lo que sucede, sin embargo todo parece funcionar. Los personas de bata blanca y rostro adusto dirigen la operación. Tú no haces más que cumplir con la tarea rutinaria de ser el medium entre unas ideas misteriosas y la máquina gigantesca que sólo entiende de tarjetas perforadas e interruptores.

Un buen día quieres saber más. Atravesar el espejo. Entonces te encuentras con una forma de comunicación directa y cruda: el lenguaje de la máquina. A partir de aquí el tiempo avanza veloz y sin planearlo tu relación la máquina se convierte en un asunto personal porque aprendes a pensar como ella, a hablar en su idioma, sin intérprete, intermediarios o facilitadores. Son solo tú y el frío monstruo electrónico intentando resolver problemas.

Muy poco años se han consumido antes de convertir esa maravilla tecnológica en un artefacto inútil. Y tú, que intimas con ella, también. Dispositivos más sofisticados, poderosos y baratos, están por sustituirte. Con ellos aparecerán los primeros lenguajes formales de programación acompañados de compiladores, enlazadores, cargadores de programas, frutos todos de la arquitectura diseñada por el genio von Neumann, software que cumple de forma automática con tus funciones, software que te supera y contra el que no puedes competir. Caes en la cuenta de que, en cierto sentido, fuiste ese software, y también su hardware.

Así descubres que las máquinas evolucionan, que los lenguajes nacen, se reproducen y mueren, que la interfaz que las separa de las personas se engrosa en cada nueva versión y a la vez, paradójicamente, las acerca.

Eres obstinada e intentas seguir el ritmo de las actualizaciones, aunque el terror de ser sustituida permanece. Quieres ir un paso adelante a pesar del vértigo inexorable de nuevas capas de abstracción --nuevas interfaces hombre-máquina: API, sistema operativo, navegador, SDK, buscadores web, lenguajes...--. No lo consigues. Nadie lo hace.

Ahora mismo extrañas los días aquellos, hoy imposibles, en los que dominabas el idioma máquina de la increíble ENIAC. Días cuando conectar, conmutar y perforar cambiaron el mundo y tu ser para siempre. Días cuando, ciertamente, las computadoras fueron mujeres.

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