Humanizar al superhéroe. Ése el dogma. Las casas editoriales quieren mostrarnos que los enmascarados también comen, se bañan y tienen problemas maritales. Este mirada canónica se ensaña en que comprendamos que el héroe no es diferente al ciudadano de a pie. Sin embargo, Marvels decide irse por el lado contrario. Ubicado en las antípodas de este lugar común, esta saga añade aún más distancia entre los mitos y los humanos, como si la gente común estuviera destinada a verlos desde lejos, como puntos de luz peleando entre sí en el firmamento.

Con Nueva York como epicentro, las batallas no se realizan el cielo sino en las calles, donde los ciudadanos, temerosos y febriles, se convierten en estampidas descerebradas, en hatos desenfrenados y viscerales. No, no se trata de hacer más humano al héroe, sino de darle rostro, voz y alma al espectador, a ése que sólo sale retratado en las viñetas como un anónimo más. La gente responde con euforia, con temor, con recelo. Se le ama, se le odia, se le reprocha, se le imita y se le agradece. El superhéroe es celebridad, figura pública, noticia y tema de conversación.

Marvels significa un vistazo detrás del telón, una aproximación a las reacciones humanas ante fuerzas imparables, incomprensibles y caprichosas. A través del ojo de Phil Sheldon, atestiguamos momentos inolvidables en la historia del Universo Marvel, desde la época de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los 70s. Sin embargo, nos toca la acción desde la barrera, desde un punto en el que reina la incertidumbre, el miedo y la ansiedad. Es un cómic escrito desde el fuego cruzado, a la mitad de una guerra entre poderes sobrenaturales. Es un relato de la cotidianidad de un mundo caótico y en constante ebullición, en el que sabemos poco (o nada) de las aventuras heroicas y nos preocupamos porque no nos caiga un edificio encima cuando Hulk se enfurezca.

En el fondo, Marvels consigue retratar la psique humana ante lo inexplicable, una historia que nos demuestra que la vida sigue con y a pesar de los superhéroes. "Me pregunto qué hará un hombre cuyo auto fue despedazado en una batalla", se cuestiona Sheldon. "Supongo que buscará que le firmen los pedazos", se responde. El superhéroe es visto como algo lejano, inalcanzable. Lo mismo se le alaba por rescatarnos de una invasión que se le reprocha por haber actuado tarde. Es una figura pública, cuestionada, acosada y desdeñada. En una línea espectacular, J. Jonah Jameson nos deja ver la razón de su animadversión hacia el superhéroe: "Si ellos son tan perfectos, ¿en dónde quedamos nosotros? Por más que nos esforcemos, jamás alcanzaremos su talla moral". Por eso, en lugar de alabarlos, odiarlos es la salida fácil.

Dice Sheldon, hacia el final de la historia, que los héroes no actúan por el común de la gente -- desagradecida y mezquina -- sino para salvar al inocente. En cierto modo, la línea funciona como una redención del género: el mito existe para quien quiere creer en él, como si el cómic mismo fuera un bálsamo para un mundo enfermo de seriedad. Marvels es una historia para releerse. Salpicada de referencias, guiños y subtextos, esta saga es un álbum de recuerdos para el lector viejo y un paseo de la mano para el novato. Al final, un cansado fotógrafo decide cederle la estafeta a su asistente porque Sheldon no puede más con un mundo que lo sobrepasó. Marvels es eso: una oportunidad para entender el género fuera de las aventuras, para entender que el lector es, al igual que el neoyorkino sin nombre, el verdadero protagonista.

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