Hace unas horas leía en mi timeline una aseveración muy cierta de nuestro querido Elías Notario: "Varios deportes de competición tienen mucho que agradecer a Twitter." Lo suscribo. El ejemplo que puedo darles es la coronación de Sebastian Vettel como campeón de la Fórmula 1. Lo digo con todas sus letras: a mí no me gusta el automovilismo. Simplemente no me llama la atención. Aún así, este domingo me he quedado prendado de Twitter para leer las reacciones minuto a minuto. Me reí bastante con las bromas acerca de la carrera, me sorprendí con los datos curiosos, y me emocioné con las reacciones del público. Sin necesidad de encender la TV, fui partícipe de la afición al deporte motor.
Caso similar el de la pelea de box entre Manny Pacquiao y Antonio Margarito. En México, el enfrentamiento llegó a ocupar nueve de los diez trending topics. Nuevamente, no era necesario prender el televisor para saber lo que pasaba al momento -- incluso muchos prefirieron Twitter, ya que la cadena TV Azteca sacó la pelea con 45 minutos de retraso. Cualquier tema de discusión era válido: desde el artista que interpretó el Himno Nacional antes de la confrontación, hasta las burlas relacionadas con la derrota de Margarito.
Si la sensación de rito grupal es lo que nos atrae a los shows multitudinarios, Twitter ayuda a crear una atmósfera similar para los que no podemos (o queremos) desplazarnos del sofá. Sobre todo para los neófitos, significa un gancho poderoso. Por esta razón es que algunas competencias deportivas pueden recibir un impulso importante. Mientras en la TV sólo vemos unos cochecitos dando vueltas o a dos salvajes moliéndose a golpes, en la red social entendemos la psique del espectador. Los tweets marcan parámetros: comprendemos las expectativas del aficionado, sus frustraciones, sus anhelos y su visión del juego.
En cierto modo, Twitter ha logrado que el deporte pase a segundo término. No importa si es una carrera de autos o una pelea de box: lo que importa es la experiencia colectiva, el tumulto virtual. Somos una sociedad del espectáculo, no sólo porque lo consumimos, sino porque lo producimos. Es como si en un estadio decidiéramos ver a la hinchada en lugar de a los futbolistas. Aquí no importa quién gana en el ring o quien cruza primero la meta. Todos ganamos porque todos nos divertimos. Y es que en la tribuna digital, el verdadero protagonista del deporte es el aficionado.