Pido una disculpa por ponerme un poquitín personal al inicio de esta entrada. Estoy recostado en la cama de un hotel, con la cabeza atiborrada porque mañana rindo un examen importantísimo. Acá en México es la noche del domingo, y hace un calor de los mil demonios. Sin embargo acá estoy, pegándole furiosamente al teclado. Y, por un momento, me pregunto por qué lo hago. ¿Es por costumbre, por compromiso, por gusto? No lo sé, pero ya no concibo mi día sin sentarme un momento frente al ordenador para escribirles. Es mucho más que una rutina, poco menos que una adicción.

Prácticamente todas las personas que conozco han tenido un blog. Sea por moda o convicción, pero en algún momento se animaron a abrirse un espacio personal para compartir sus ideas con el resto del mundo. Muchos se quedaron en la primera entrada, algunos cuantos están en el abandono, y otros más siguen en pie a pesar de todo. Yo mismo he migrado por varios, desde aventurarme con mi primer sitio en 2004 hasta convertirlo en una profesión gracias a Hipertextual. Cada quien sigue su camino: algunos han decidido optar por migrar sus pensamientos a Twitter, otros tantos han tirado la toalla, y los más resistentes siguen publicando contra viento y marea.

Ahora que pienso en el pasado, me pregunto: ¿qué es lo que nos inspira a bloguear? Es innegable que existe esta necesidad de expresarnos, de hacer llegar a los demás lo que pensamos, creemos y opinamos. Claro que hay otras razones más. Por ejemplo, hay quienes lo hacen por el reconocimiento. Recuerdo en la Campus Party México, cuando Eduardo Arcos dio una charla, que un chico se paró de entre la multitud y le dijo que él quería ser blogger, pero que se desanimaba muy pronto. "Si lo que quieres es expresarte, ahí está la herramienta, no importa cuántos te lean", respondió Ed. "Bueno, pero yo lo que quiero es ser famoso, que me saluden en la calle", reviró el espectador. Cada quién decide sus recompensas.

Aquel que diga que no le importa que lo lean, les miente descaradamente. Si no quisiera ser leído, ni siquiera lo publicaría. Eso sí, es muy diferente afirmar que no le interesa cuántos lo leen. Ahí sí estoy de acuerdo. Aunque suene a lugar común, los blogs no se tratan de rating, sino de lectores. Acá no importa el volumen, sino que la gente que está dispuesta a gastar unos minutos de su tiempo lo haga con gusto. Claro que nos gusta un buen tráfico (¡si superan cómo me emociono cuando veo un caudal de comentarios!), pero al final, vale más saber que tus letras le son importantes a alguien más. Sea uno, cien o un millón, lo que escribes enriquece a otros -- y su retroalimentación, por supuesto, te enriquece también.

Un blog es tu espacio. Aprovéchalo. Piensa lo difícil que era propagar tus ideas hace una o dos décadas. Piensa en todas las personas que han encontrado un hueco dónde defender, debatir y compartir sus opiniones. Hay de todo: desde blogs disidentes que desafían a un sistema injusto, hasta bitácoras personales que relatan el día a día; desde organizaciones que difunden sus ideales a lo largo de la red, hasta collages de imágenes, vídeos o frases para entretener al que caiga. No existe manual, ni receta, ni instructivo, sólo el límite de su creatividad.

Si les ha gustado este texto, háganme un favor: escriban. A los que tengan un blog arrumbado en el desván, desempólvenlo. A los que mantengan su blog en forma, sigan adelante. Y cuando se pregunten por qué lo hacen, déjense llevar por sus sensaciones. Esa alegría de un comentario nuevo, esa lealtad de los lectores fieles, esa libertad de hablar de lo que uno quiera, como quiera, cuando quiera. Puede que nunca seamos famosos ni ricos, pero de algo estoy seguro: nuestras letras cambian mundos -- aunque sean poquitos, aunque sea un atisbo. No sé, pero a mí con eso me basta.