Typewriter1928

Debatía ayer por la noche con un amigo escritor sobre cómo la tecnología ha modificado la forma en que escribimos. Ambos coincidimos en que buena parte es mérito de cómo se produce. Es decir, las letras dependen, en buena parte, de la herramienta que empleamos. Me tomo la libertad de compartirles un poco de esta reflexión.

La pluma, antiguo blasón del escritor, parece haber sido relegada a las tareas académicas tempranas y a los apuntes rápidos. En la actualidad, no hay músculo carpiano que resista el constante embate de las líneas sobre el papel. Esta escritura es considerada obsoleta, antigua y fatigante. Utilizar la pluma nos obliga a ir más lentamente, lujo que pocos pueden permitirse. La técnica manuscrita es empleada por los excéntricos y conservadores, quedando casi relegada a los libros de Historia.

Tiempo después llegó la máquina de escribir. Una de sus virtudes es que adquirimos velocidad para plasmar los pensamientos. Mientras que la pluma nos permitía la libertad de masticar y rejurgitar las ideas, la mecanografía hizo de la escritura un proceso mucho más lineal. Atrás habían quedado las libertades de tachar y remendar al momento de escribir.

La máquina significó un menor cansancio a la hora de producir, pero la edición seguía siendo una tarea fastidiosa. Había que escribir, corregir, reescribir, corregir nuevamente y continuar el proceso ad infinitium. Existían dos, cinco, cien borradores previos a la versión final. Con pluma o máquina de escribir, los textos tenían la capacidad de renacer completos, siendo reescritos cuantas veces fuese necesario.

La aparición del ordenador aceleró el proceso de la edición. La corrección de un texto es posible al momento de la creación, sin necesidad de tachaduras, enmendaduras ni versiones de prueba. El milagroso botón de borrado elimina cualquier errata sin dejar testimonio de su existencia. Ventajoso pero traicionero. La memoria de quien escribe es dañada por la tecnología de la edición rápida.

Mientras que los borradores son testigos mudos de una metamorfosis literaria, el archivo de texto tiene la cualidad de cambiar sin dejar historial negativo. (Re)escribir en computadora elimina la posibilidad de la comparación previa. Para bien o para mal, el ordenador nos permite desandar las letras sin mayor complicación que presionar un botón. Sin la antología de errores cometidos, conocemos únicamente el hoy y el ahora de un texto, pero no sus antecedentes.

Equivocarse al escribir ya no trae consigo el esfuerzo de la repetición. ¿Será que nosotros, de las últimas generaciones que vivieron las máquinas de escribir, tenemos otra conciencia del error? Piensen en todas las veces que hemos abierto un documento para modificarlo, e intenten recordar cómo fue en un inicio. Casi imposible. El ordenador nos regala textos en eterno presente. ¿Que opinan: tiene la edición rápida, sin comparaciones previas, más ventajas o desventajas?

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