Astronauta

La revista Foreign Policy ha sacado un interesantísimo artículo sobre las ventajas de la inversión privada en la exploración espacial. Esther Dyson, autora del texto, señala que se podría repetir un fenómeno parecido al Internet, concebido como una tecnología militar, pero cuyo crecimiento detonó gracias a la entrada de las compañías.

La decisión de Barack Obama de cancelar el proyecto Constelación abrió el debate sobre la inyección de financiamiento privado a la exploración de la última frontera. Mientras que los críticos argumentan que la decisión de retirar fondos a la NASA implica abandonar el sueño de regresar a la Luna, otros consideran que se ha hecho la elección correcta. Bajo este esquema, el presupuesto se podría aplicar únicamente a la innovación y desarrollo de prototipos, dejándole la explotación tecnológica y la producción masiva al sector empresarial.

El presupuesto también destina una parte de sus recursos a mantener a la Estación Espacial Internacional en órbita. Se ha especulado mucho sobre su posible cierre, sin embargo, es difícil que Estados Unidos desperdicie un proyecto al que le ha metido casi $100 mil millones de dólares y 30 años de construcción. El punto es hacer más rentable la estación, empleándola como un primer paso para otras actividades espaciales, como el comercio, la investigación o la exploración.

El contrargumento principal a la inversión privada es la pérdida de empleos derivada del corte presupuestal a la NASA. No obstante, Dyson puntualiza que, a largo término, se crearían nuevos trabajos, ya que EE.UU contaría no sólo con un programa espacial innovador a futuro (la NASA), sino también con un sector privado creciente. Además, en un corto plazo, muchos de estos empleos no se perderían, sino que se transformarían. De entrada, las compañías necesitarían a estos expertos recién salidos de la agencia espacial. Otra opción es la enseñanza de ciencia y tecnología, rubro en el que EE.UU. no sólo necesita más estudiantes, sino también más profesores.

Al final, los costos y riesgos del transporte espacial disminuirían, lo que aumentaría la demanda. Sería una combinación ganadora: las compañías concentrándose en la eficiencia y la producción, pero sin estancar el desarrollo, ya que la NASA se centraría en la innovación y los proyectos a largo tiempo. Parece que Obama ha tomado la decisión correcta, pero faltan años para saber si la entrada de la inversión privada desatará la competitividad y mejora de los proyectos espaciales, o si ha sido un retroceso ceder el control del Estado sobre la exploración sideral.

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