2010 es año electoral para la tercera parte de los estados de México. El año pasado, con los comicios de medio término para renovar el Congreso, fuimos testigos del asalto de los candidatos a las redes sociales. Atraídos por las nuevas plataformas, muchos aspirantes de hicieron de una cuenta de Twitter una página de Facebook, y se lanzaron a la aventura. Así que no es de extrañar que la infestación política comience con el banderazo de salida de precandidatos y suspirantes.

El problema es que los políticos -o sus asesores de campaña- no entienden por completo el funcionamiento de las redes sociales. Su modelo funciona por imitación, no por innovación. Fascinados por el éxito de la campaña de Barack Obama, se enfilaron sin comprender a fondo la naturaleza de las herramientas. El principio de las redes sociales se basa enteramente en el diálogo, el intercambio y el debate. Por el contrario, las campañas confundieron a Twitter y Facebook con una bala mágica, con un método muy barato de difusión unilateral de información. El resultado es un fiasco, desaprovechando totalmente las ventajas que las redes ofrecen.

El secreto está en la adaptación. Creer que el usuario mexicano actuará igual que el estadounidense es ingenuo. Creer que un copiado y pegado de táctica electorales de antaño funcionarán es una tontería. Algunas instituciones gubernamentales han dado con éxito el salto a las redes sociales, como el caso de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) o el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). Aunque su principal función sigue siendo la difusión de las actividades de cada dependencia, han sabido hacer partícipe al usuario del proceso.

Resulta irrisorio que el político crea que basta con un mero informe de sus actividades de campaña. ¿De qué nos sirve sólo saber en cuál o tal lugar estará el candidato? Mi impresión es que muchos políticos se van con la finta de un impacto mayor a menor costo. Se equivocan. No sólo han fallado en comprender cómo funciona, sino a quién se dirige. Por ejemplo, Twitter no es un canal masificado como la televisión o la radio. La audiencia es selecta, empezando porque se requiere de cierto nivel socioeconómico para acceder a Internet. Una buena porción de los usuarios de Twitter son líderes de opinión en ciertos grupos, sea desde su familia hasta a través de un blog u otro espacio mediático.

Sea la red social de la que hablemos, todas se distinguen porque los usuarios no son pasivos. Son creadores y recreadores de contenidos. Discuten, debaten y transforman ideas. Las redes sociales son una excelente arena para probar políticas, medir su impacto y obtener retroalimentación. Las campañas políticas en México han tardado en comprender el fenómeno, y se quedan con la obsoleta idea de que llegar a más es llegar mejor, que el candidato habla y el votante escucha. La clave es el diálogo. El problema es que el monólogo político no es cuestión exclusiva de Internet, sino una práctica constante. Así, ni con todas las herramientas del mundo se puede avanzar.

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