Disculpen si hoy me ha ganado un poco la vena de editor de Sección Deportiva. Resulta que el club inglés Manchester United, uno de los equipos más poderosos del orbe, le ha prohibido a sus jugadores el uso de redes sociales, tales como Facebook o Twitter. Se dice que la entidad ha borrado cuentas de algunos de sus futbolistas, como Wayne Rooney, Ryan Giggs o Darren Fletcher.
No es la primera vez que un club actúa de esta manera, censurando a sus jugadores para que no revelen información confidencial. Existe el precedente de la NBA, liga en la que se prohíbe a los basquetbolistas actualizar sus cuentas antes, durante y después de un juego, conferencia o entrenamiento. También se encuentra el caso de la NFL, que inclusó llegó al extremo de llevar la prohibición a los aficionados y la prensa.
El Manchester United decide curarse en salud, y antes de que ocurra algún desaguisado, se decanta por una política de hermetismo. Casos esporádicos, como la declaración de Jimmy Conrad en Twitter contra el técnico Javier Aguirre; o la fotografía del fotolog de Christian Llama con la playera de un rival, se convierten en crisis para los departamentos de relaciones públicas de los equipos.
Es una lástima la prohibición del Manchester United, ya que cada vez son más los deportistas -de cualquier disciplina- que aprovechan estas herramientas para estar en contacto con sus fanáticos. Dejando de lado el deporte, el accionar del club inglés levanta la pregunta sobre la práctica de las empresas para restringir el uso de redes sociales. Día con día son más los empleadores que añaden párrafos sobre privacidad y manejo de información en Internet a las normativas internas o a los códigos de ética. La confidencialidad es una línea delgada, y en un espacio que funde la arena pública con la privada es difícil discernir. Y es que el fútbol -como cualquier deporte- también es negocio, y no vale dejar las cosas al azar.