Esteban Arce

Hablemos un poco de otros de los booms que ocurren en la tweetósfera mexicana: el caso de Esteban Arce. Todo inició el 18 de diciembre, cuando el presentador del programa Matutino Express de Televisa realizó declaraciones homofóbicas al aire. El fragmento de dicha emisión comenzó a circular por Internet, y en los últimos días estalló la bomba. En Twitter comenzó el hervidero de opiniones, desatando una campaña en contra del conductor a través de diversos hashtags (el más recurrido, #FueradelAireEstebanArce).

Tanto movimiento devino en la atención de los medios (digitales y convencionales) al grado que Arce se ha visto forzado a disculparse públicamente al aire sobre sus comentarios. Sin embargo, ha sido una disculpa a medias, tildando a la red social y la comunidad LGBT de intolerante por "no respetar una opinión distinta".

Quiero destacar lo que he leído ayer en la columna del politólogo Mario Campos. En su espacio, el columnista narra cómo intentó establecer un diálogo con Arce a través de Twitter. Resulta que la cuenta a la que se refería (@Esteban_Arce, ahora borrada) era un fake. Tuvo que ser Emilio Azcárraga (o la persona detrás de ese nombre de usuario) quien desmintiera la cuenta falsa. ¿Y mientras tanto, qué? Parece que incluso la gente de Noticieros Televisa cayó en la trampa, dando retweet a los comentarios del suplantador. Surreal.

Finalmente, este caso demuestra el poder creciente de esta red social como un mecanismo de vigilancia crítica, pero no de cambio. ¿Qué quiero decir? Twitter funciona como una especie de alerta capaz de hacer suficiente ruido acerca de un tópico, pero cuya presión social (por lo menos en México) aún no alcanza para algo más que un usted disculpe y buenas noches. Cada quien es libre de concordar o disentir con la opinión de Arce. No se puede cambiar su postura homófoba. El punto es que el debate debe girar sobre si los televidentes mexicanos quieren a un personaje así salpicando la pantalla con comentarios irrespetuosos e intolerantes. No confundan: no hablo de aumentar la radicalidad de los argumentos, sino que comprender que más que una mera herramienta de denuncia, el potencial de Twitter también radica en la organización. Ustedes, ¿qué opinan?

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