Empezamos hoy una nueva serie que versara sobre la historia de algunas de las fotografías más llamativas de la historia. Hablaremos del autor, y de las circunstancias que le llevaron a hacer semejante documento. La primera de la serie es el conocido retrato que hizo Margaret Bourke White a Gandhi.

Margaret Bourke White es uno de los mejores ejemplos que podemos encontrar para ilustrar una vida intensa: pionera en muchas ocasiones, fotos impresionantes... sin embargo su biografía no merece más que cuatro líneas mal contadas en muchos manuales de historia de la fotografía. Una vergüenza que me gustaría poder solucionar con este artículo.

Nació en el Bronx de Nueva York en 1904, en el inicio de un periodo de continuos cambios de los que ella iba a ser testigo. Asistió a diversas universidades americanas en las que consiguió la titulación de Herpetología, o para los profanos, como yo, el estudio de los reptiles. Parece ser que desde pequeña se interesó por la fotografía gracias a la afición de su padre. Él no se podía haber imaginado que este entretenimiento dominical llevaría a su hija a la India a conocer a Gandhi, a bajar 1500 m bajo tierra para fotografiar las minas de oro de África, o ser la primera mujer fotógrafo que fijó para siempre el horror de los campos de concentración nazis,...

Estaba enamorada del progreso, de las máquinas, creía en las virtudes de la revolución industrial. De ahí que sus primeros trabajos, publicados en la revista Fortune, profundizarán en esta idea. Hay que señalar que fue la primera mujer que obtuvo el permiso para hacer fotos de la maquinaria industrial de la Unión Soviética a principios de los años 30.

Henry Luce, el magnate de la prensa norteamericana, el creador de la mítica revista Life, decidió contratarla para su nuevo proyecto. Margaret no perdió la oportunidad, y un reportaje que realizó sobre la construcción de una presa, que daría lugar a la mayor central eléctrica del oeste americano, fue la primera portada de Life, y de paso inauguró el género que daría fama internacional a la revista: el ensayo fotográfico.

La década de los 30 fue un periodo negro para la sociedad americana. La Gran Depresión del 29 sumió al pueblo en la miseria más absoluta. El gobierno de Roosevelt creó el New Deal, una serie de reformas y ayudas económicas. Uno de los organismos clave fue la Farm Security Administration, encargado de estudiar y remediar los problemas del sector rural de la población. Una de sus labores fue contratar a los más grandes fotógrafos para documentar todos los trabajos realizados, así como dar un rostro a todos los campesinos condenados a la emigración forzada. Margaret Bourke White, figura del compromiso social y político del periodismo gráfico americano, hizo uno de sus reportajes más sentidos.

Pero la imagen por la que Margaret Bourke White ha pasado a la historia fue su retrato de Gandhi y su rueca. Las personas próximas al mito indio prepararon la sesión para que la representante del mundo industrial se enfrentara a una situación propia del mundo artesanal. Seguro que conocían su manera de pensar. Prácticamente le obligaron a aprender a hilar con una sencilla rueca a cambio de las fotos. Sin saberlo, o con total conciencia de ello, le dieron una lección que todos los fotógrafos deberíamos saber de memoria: no podemos trabajar sin conocer a fondo lo que estamos fijando para la eternidad.

Y todavía se lo pusieron más difícil. Le prohibieron usar la luz artificial, pero después de una dura negociación, consiguió el permiso para usar tres flashes (en aquella época, los flashes eran de un solo uso, cosas de la química). Eso suponía que solamente podía hacer tres fotografías, pues Gandhi estaba en el interior de una habitación oscura, a contraluz, y encima en el día de meditación de Gandhi, por lo que no pudo hablarle durante la sesión para pedirle que cambiara de sitio. Debido al nerviosismo del momento y a su antigua máquina, las dos primeras fotos no salieron. En la primera falló la sincronización; en la segunda se le olvido retirar la placa protectora. Pero la tercera fue una obra maestra, todo un símbolo:

en la hora de la globalización de la economía, los países del Tercer Mundo tienen más que nunca la necesidad de escapar de la tutela de los países ricos,

como dice Ila Gandhi, la nieta del Mahatma.

Después de aquel día, Margaret Bourke White dudó del éxito de la técnica y que lo único importante era el trabajo,

algo con lo que podías contar, el amigo de toda una vida que nunca te desilusionará.

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