Disney es la compañía de entretenimiento más grande del mundo, y sus cifras de facturación la erigen como tal. Solo en los siete meses que van de 2019 la factoría ya ha recaudado 7.670 millones de dólares con sus películas estrenadas, la mayor cantidad jamás lograda en taquilla en un año por un estudio de cine, superando la suma que el propio Disney había conseguido poco antes en 2016.

Y eso solo contando sus películas, no los réditos de sus canales en televisión, el merchandising y por supuesto sus parques temáticos. Gran parte de su vitalidad económica se debe hoy en día a la diversidad de su oferta de entretenimiento. Disney es hoy mucho más que Disney y los remakes realistas de sus clásicos. También es Marvel, es Pixar, es Star Wars y ya es de facto Los Simpson. Sin embargo, hubo un tiempo donde este imperio también pasó por sus particulares vacas flacas, unos años a finales de los 70 y los 80 donde la Casa del Ratón firmó algunos de sus mayores fracasos en taquilla y que estuvo a un paso de dejarla sumida en una crisis económica que la habría hecho irreconocible tal y como es ahora.

Aquella época, conocida como la 'Edad de Bronce de Disney', o 'Edad Oscura' para los críticos con más colmillo, sirvió de puente entre la Disney que hacía solo películas infantiles de animación y el gran estudio que quería hacer películas para público adulto con actores reales. En gran medida, porque se dieron cuenta tras booms como los de Star Wars, y otras cintas de éxito en los 80 como E.T. que la frontera entre los productos infantiles y adultos se estaba borrando, que ellos no habían sabido subirse a esa ola.

Los remakes ‘realistas’ de Disney: una máquina de hacer dinero que no supera a los originales

De ese sentimiento surgieron por ejemplo la primera película de animación de Disney catalogada como PG (para menores acompañados de adultos) con *Taron y el caldero mágico (1985), cintas que casi rozaban el terror con actores reales como Los Ojos del Bosque (1980), supuestos clásicos de Disney sin pena ni gloria como Tod y Toby (1981) e ideas que en su momento parecieron una locura pero que después se conviertieron en historias de culto, como Tron* (1982).

En definitiva, una etapa plagada de rarezas y muchos más fracasos que éxitos, algo que estuvo a un paso de cambiar Disney para siempre.

La muerte de los Disney y la pérdida del timón

Esta caída a las tinieblas de Disney solo se puede explicar con la muerte de las dos cabezas pensantes que siempre tuvo la compañía en sus primeras décadas. Walt Disney falleció en 1966, y Roy, su hermano, en 1971. El Libro de la Selva (1967) fue el primer título que se lanzó sin la figura de la mente imaginativa que ha configurado buena parte del imaginario popular actual, y tras ello y la desaparición de su hermano, se sucedieron una serie de alternancias en la cúpula directiva que irremediablemente afectó a la calidad de sus productos.

Los Aristogatos (1970) fue el primer considerado 'clásico' del estudio que salió sin la producción de Walt. Una película que funcionó muy bien en taquilla pero que por temática ya simbolizaba un cambio de tercio sobre las anteriores historias, siempre basadas en la readaptación de clásicos.

Disney buscaba cosas nuevas, y entre ellas se encontraba entregarse a las películas en acción real o combinadas con animación, como hizo con Mary Poppins (1964). De esas primeras intentonas hacia las películas con actores surgió Mi cerebro es electrónico (1969) protagonizada por un joven Kurt Russell o La Bruja Novata (1971) que de nuevo mezclaba acción real y animación y Peter y el Dragón (1977), cinta de nuevo híbrida que en 2016 tuvo un remake basado ya solo en CGI.

Peter y el Dragón

Pero como decimos, los años fueron pasando sin que Disney consiguiera encontrar de nuevo ese alma que lo hizo tan popular entre los más jóvenes, y tampoco destacar entre las generaciones adolescentes, el nuevo público al que buscaban los blockbusters de la época.

Al final, tras numerosos cambios entre los altos cargos, Ron W. Miller, yerno de Walt Disney, tomó lo mandos de la compañía con un objetivo muy claro: agrandar el público objetivo más allá del cine familiar, y eso no gustó a todo el mundo, incluyendo a Roy E. Disney, hijo de Roy Senior y el último gran creativo de la dinastía que siguió en la casa hasta casi su fallecimiento en 2009.

El 'terror' y el cine para no tan pequeños llega a Disney

Así las cosas, el plan de Miller se fue imponiendo con títulos como La Montaña Embrujada (1975), una historia de dos niños extraterrestres cuyo título ya deja ver que no era lo más luminosa del mundo y que tuvo un remake con The Rock como protagonista en 2009. Además, estuvo dirigida por John Hough, uno de los directores más prolíficos en el género fantástico y de terror de esa época, que repitió con Disney unos años después con Los ojos del bosque (1980), esta ya sí autodenominada de terror como género y que iba de una familia cuyos niños tenían visiones de muertos. Toma ya, Disney haciendo películas de terror, sí.

Los Ojos del Bosque

Al terror y la intriga se sumaron otros títulos en acción real que podríamos simplemente describir como 'locuras'. Un astronauta en la corte del Rey Arturo (1979) cuyo título resume su sinopsis. También hubo intentos notables por sumarse al cine fantástico de la época con Dragonslayer (1982), película en acción real sobre un cazadragones que nos dejó el primer desnudo de una película Disney y un dragón muy acertado para los efectos especiales de la época y, como no, la ya nombrada Taron y el caldero mágico (1985) el primer clásico Disney de animación que se escapó de la recomendación 'para todos los públicos' y que contaba una gran historia de fantasía, pero seguramente con un tono muy tétrico para la época.

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Todos estos pasos hacia el cine adolescente o adulto llevaron a Disney a tomar la decisión de crear un sello nuevo solo para estos títulos. Así nació Touchstone, productora que iría sacando títulos de este tipo en los 80 y 90 y que se estrenó con otra historia del ramo: El carnaval de las tinieblas (1983) basada en una historia y con guion de Ray Bradbury. Disney ahora haciendo terror y fantástico de culto, también.

Sin embargo, la búsqueda de nuevos horizontes llevó a la compañía a tener algunos de sus primeros batacazos en taquilla. Lo fue El Caldero Mágico, que no logró recaudar ni la mitad de los 40 millones de dólares que había costado su producción, el primer y seguramente último gran fiasco en el mundo de la animación.

De las imitaciones de Star Wars a la competencia de Don Bluth

Por supuesto Disney tampoco quiso dejar de intentar subirse al carro de Star Wars, la gran franquicia por antonomasia de la época y que, curiosamente, adquiriría unas décadas más tarde. Así lanzó El abismo negro (1979) una cinta espacial que también salía de cualquier calificativo infantil y que hoy es considerada una película de culto por su rareza.

La transmutación de la Casa del Ratón hacia la ciencia-ficción también dejó otros títulos que recorren la delgada línea de los grandes precedentes y los enormes fiascos. Tron (1982), es hoy considerada una antecesora primigenia de los efectos espaciales con CGI. La película con Jeff Bridges haciendo de un programador que se mete en su videojuego era pura vanguardia en la época, tanto que tampoco supo ser apreciada. Más divertida y menos revisable hoy en día es Condorman (1982), que puede considerarse hoy un buen precedente del cine de superhéroes que tantos éxitos les está dando vía Marvel. En ella, un caricaturista se construía su traje para poder volar y defender a la humanidad. Una rareza superheroica sin duda alguna.

Sin embargo Disney había recibido en esa misma época un nuevo golpe, y esta vez procedente de la animación. Durante el desarrollo de la película Tod y Toby o El zorro y el sabueso (1981) Don Bluth, uno de sus mejores animadores, abandonó la casa para crear su propio estudio, algo para lo que se llevó también a otros compañeros.

Tod y Toby

Fue un golpe de flotación en la rama de animación de la compañía. El talento de Bluth -después autor de películas de animación como Anastasia (1997)- fue tal que pronto comenzó a producir películas llamando la atención incluso de Steven Spielberg, con quien colaboró para sacar adelante An American Tail (1986) historia sobre un ratón que compitió directamente ese mismo año con otro roedor pero impulsado por Disney, Ratón Superdetective. La propuesta de Bluth recaudó bastante más y fue más aplaudida que la de Disney, dando un nuevo toque de gracia.

De la casi compra al renacimiento

Con Disney en sus peores época, Roy E. Disney, el descendiente directo de los hermanos creadores, quiso dar un golpe sobre la mesa e hizo todo lo posible para que Ron Miller dejara la dirección de la empresa, algo que consiguió en 1984. En aquel tiempo varios inversores incluso se habían propuesto adquirir Disney, cuyas acciones estaban a la baja, para después venderlas por partes y hacer negocio.

Aquello finalmente se evitó, y llegaron a la compañía nombres como Michael Eisner, directivo de la Paramount conocido por sus buenas decisiones -aunque en 2005 Roy E. Disney también forzaría su salida, aunque eso es otro historia-. De esa nueva confirguración surgió la propuesta de que fueron ellos quienes colaboraran ahora con Spielberg, el hombre de moda, unión de la que surgió la recordada ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), cinta que triunfó en taquilla y logró 4 premios Oscar, reconciliando a Disney con el éxito.

Dos años después Disney estrenaría La Sirenita, dando el pistoletazo de salida a una nueva época conocida como 'El renacimiento' y que llegaría con una decenas de títulos de animación hoy recordados por todos como El Rey León o La bella y la bestia. Después, con el dinero de aquellas cintas, llegarían las compras de Pixar, Star Wars, Marvel o FOX, dejando por completo atrás esta época oscura y de rarezas, que nos obstante también aportaron su granito de arena a la historia del cine.

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