"Las cosas de palacio van despacio" es la máxima expresión de como WhatsApp, como empresa semi-independiente, organiza su servicio. Sin apenas novedades que añadir cada año, la compañía se centra en la tarea de mantener el servicio funcionando y es muy cuidadosa con lo que cambia, añade o mejora. Como reza la sabiduría tradicional de rama mística de la ingeniería: "Si algo no está roto, no lo toques".

Siendo un producto que prometía enviar mensajes gratuitos, a muchos de los usuarios viviendo en la burbuja del smartphone con todo gratis y lleno de publicidad a la vista, chocaba que WhatsApp cobrara un servicio de suscripción por sus servicios. Fue la primera suscripción por software que millones de personas pagaron en su vida.

Hoy eso cambia, con el anuncio de Jan Koum, fundador del servicio anunciando que se alejan de este modelo, y que buscarán ingresos por vías más actuales, relegando el coste a los negocios que quieran comunicarse con sus clientes a través de la plataforma.

El precio anual, increíblemente bajo para los estándares occidentales, para los que era poco más que un choque cultural. Pero para alguien viviendo en Kenya o Mali representaba casi un día de salario. El equivalente a que tuviéramos que pagar 30 € en España por el mismo servicio, pocos lo harían salvo por extrema necesidad.

Con el cambio, los principales beneficiados son los cientos de millones usuarios de WhatsApp en países en vías de desarrollo que ya pagan cifras astronómicas por un simple servicio 2G o 3G, además del coste del smartphone.

Sobre los motivos, podemos especular que tras la compra por parte de Facebook la decisión hubiera sido de medir dos veces, cortar una. Un cambio así no podrá ser revertido. Una vez que ofreces algo gratuito, es difícil recuperar la confianza del usuario si vuelves a cobrarlo. Facebook tampoco habría querido un cambio repentino en WhatsApp, pues muchos hubieran sospechado de que ahora los usuarios del sistema de mensajería instantánea pagarían de forma indirecta, con sus datos privados siendo vendidos a empresas publicitarias. La decisión, dos años después, aleja esos pensamientos, aunque no los entierra.

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