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Es totalmente racional tener pensamientos o comportamientos aspiracionales; al fin y al cabo, todos (empresas y personas) queremos mejorar con el paso del tiempo y llegar a cotas más altas. El problema de esta actitud, sea cual sea el área en la que se aplica, es que la racionalidad o el sentido es muy fácil perderlo. Hasta el punto de que esa aspiración por llegar a ser mejor, más grande, más poderoso, se puede convertir en una especie de antifaz que impide ver la realidad.

Algo así ocurre en España y en muchos otros ecosistemas de emprendedores y startups repartidos por todo el mundo. Según sus portavoces, que pueden ser desde los medios de comunicación que poco conocen el sistema a otros actores interesados en hacer ruido, todos quieren convertirse en el próximo Silicon Valley. Como si eso fuese posible.

Si nos centramos en España y tirando un poco de hemeroteca, veremos que esto del ‘Silicon Valley español’ no es ninguna novedad. Es más, como si de aeropuertos se tratase, todas y cada una de las autonomías quieren el suyo. Todas las autonomías quieren su propio Silicon Valley. Hasta Ciudadanos ha apuntado en este sentido.Lo quieren la Comunidad de Madrid, Catalunya, Galicia, la Comunidad Valenciana, Euskadi, Andalucía o Castilla y León.

Incluso Ciudadanos, el partido de Albert Rivera que tanto está dando que hablar en las últimas semanas, menciona esta idea en su propuesta oficial de medidas para dinamizar la economía española, llegándose a preguntar (página 8) “¿por qué Barcelona, Madrid, Bilbao o Valencia no podrían imitar a Berlín, Londres o Tel Aviv y convertirse en pequeños Silicon Valley de Europa?”

La respuesta a tal pregunta puede ser sencilla, partiendo de la base de que ninguno de los ejemplos que cita Ciudadanos se acerca al ecosistema existente y creciente alrededor de la bahía de San Francisco. Ni Berlín, ni Londres, ni Tel Aviv ni incluso Nueva York, la ciudad por muchos considerada como ‘gran aspirante a’ que acaba de tener la mayor salida a bolsa de una startup de la ciudad con Etsy y sus $1.800 millones de valoración. Cifras que se alejan, y mucho, de las muchas OPVs que empresas de Silicon Valley han protagonizado en los últimos años.

Ante esta situación cabe preguntarse por qué la obsesión por replicar el modelo de Silicon Valley puede tener consecuencias negativas para un ecosistema. Y la respuesta la encontramos en la creación de falsas expectativas que pueden llevar a uno (sobre todo Estado, ayuntamiento y administraciones públicas) a rendirse antes de tiempo.

Fred Wilson, uno de los inversores de capital riesgo más respetados en todo el mundo por su track record con Union Square Ventures (Twitter, Tumblr o Etsy), suele contestar cuando se le pregunta por la ventaja competitiva de Silicon Valley con una afirmación sencilla, que se basa en el tiempo y en la conjunción de varios factores que contribuyen a que el modelo del valle sea prácticamente irreplicable y, quién sabe, obsoleto a estas alturas de la película.

La diferencia está en las olas de innovación

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Silicon Valley, a diferencia de cualquier otro ecosistema, comenzó a desarrollarse muy pronto, allá por la década de los 40 y los 50 cuando el profesor de la Universidad de Stanford Frederick Terman insistió en que sus alumnos y otros compañeros de profesión montasen sus propias empresas.

De esos primeros esfuerzos salieron Hewlett-Packard, Varian Associates y otras grandes empresas a partir de las cuales fueron apareciendo otros emprendedores y generaciones que acabaron por construir el ecosistema que vemos hoy en día, desde Intel a Google, pasando por Sun Microsystems, Apple, Oracle y muchas otras más.

Estas diferentes olas de innovación no se encuentran en la misma extensión y amplitud en ningún rincón del mundo, se llame Nueva York, Tel Aviv o Londres. Las llamadas a la creación del próximo Silicon Valley suelen venir de la política y los amantes del ruido.Y lo peor de todo, o lo mejor, según como se mire, es que es muy probable que jamás ocurra.

Volviendo al caso de España, sorprende que estas llamadas a crear el próximo Silicon Valley vengan, principalmente, del ámbito de la política y de los amantes del ruido. Los mismos que, en muchos casos, cuelgan carteles por las calles de Madrid afirmando que “si emprendes aquí, no pagarás impuestos”. Digo que sorprende porque, si estos mismos medios o políticos se adentrasen en el ecosistema español, se darían cuenta de que los propios emprendedores, startups e inversores son totalmente conscientes de las limitaciones de nuestro modelo y de la distancia que nos separa de muchas otras escenas.

Sin embargo, en vez de intentar arreglar aspectos clave en España y en la Unión Europea como la relación universidad - empresa (y por extensión el sistema educativo actual), la fiscalidad a la que están sometidos los business angels (claves en el desarrollo de cualquier ecosistema), las trabas a compartir los éxitos futuros de una startup con sus empleados (stock options), el absurdo exit tax, la fuga de cerebros hacia otros países de nuestro entorno, las dificultades para atraer talento extranjero a nuestras fronteras, la dinamización de los contratos laborables y sus cotizaciones sociales, las exigencias fiscales a emprendedores (léase autónomos) que están empezando… y muchos otros aspectos más… muchos se empeñan en querer saltar etapas de crecimiento y que, de la noche a la mañana, exista una especie malformada de Silicon Valley español, con sus viveros de empresas, sus fotografías y sus cintas listas para cortar por el político de turno.

Antes de pensar en crear el Silicon Valley español deberíamos pensar en acercanos a Londres, Berlín, Tel Aviv y otros ecosistemas que nos llevan bastante ventaja en muchos sentidos. Y construir a partir de fortalezas (que las hay) y oportunidades (que son muchas). Pero ya se sabe que estos pequeños pasos no venden tanto como como un posible aterrizaje en la Luna. Lo malo es que la Luna está mucho más lejos de lo que muchos se piensan.

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