Están de moda, no hay duda de ello. La gran mayoría de las empresas de nuevo cuño o bien las que han sufrido una reforma de calado en sus infraestructuras han optado por derribar las paredes y dejar una zona diáfana en la que los empleados comparten la atmósfera de trabajo. El objetivo detrás del concepto 'oficina abierta' es derribar los muros de la incomunicación y fomentar ambientes de trabajo más colaborativos. Bajo esta máxima, es lógico pensar que cuatro paredes y cada uno dentro de su despacho supone toda una rémora en esta nueva ola por la hipercomunicación. Poder hablar con un compañero de trabajo simplemente levantando la cabeza o departir a izquierda y derecha con los que están a nuestros lados, sin duda que alimenta las ganas de intercambiar opiniones. Aunque... ahora bien ¿a qué precio?

Todo en esta vida se mide por las modas y parece que ahora estamos viviendo el efecto bumerán en lo que respecta a las open offices. Son cada vez más las voces que advierten que este formato de trabajo está minando la productividad de los empleados y por un motivo evidente: las distracciones. Sí, todos entendemos que resulta muy difícil no mirar a alguien que pasa a nuestro lado, aunque sólo sea por saber si debemos saludar o no, o bien escuchar la conversación de dos compañeros de trabajo un par de puestos más allá. Esta queja se torna en clamor cuando los que protestan conocen lo que era la vida antes de las oficinas abiertas. Esto lo explica muy bien Lindsey Kauffman en un valiente artículo publicado en el Washington Post, donde apunta con el dedo acusador titulando "Google se equivocó: las oficias abiertas están destrozando al trabajo".

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¿Abiertas? Encerradme, por favor

La columnista explica con todo lujo de detalles los pequeños inconvenientes con los que se topa el que pasa de la privacidad de un despacho al cotilleo y jolgorio de un espacio abierto. "Como soy bebedora compulsiva de agua, estaba preocupada porque mis compañeros criticaran mis continuas visitas al servicio", explica en uno de los pasajes. Pero aquí no terminaban los inconvenientes de este nuevo formato para nuestra protagonista, que pronto comenzó a sentirse incómoda por salir a su hora al trabajo y notar las miradas censoras de su entorno. Sin embargo, lo que realmente fue dinamitando su rendimiento con el cambio de oficinas fue la falta de concentración, lo que ha llevado a muchos a pagar un buen dinero por auriculares con cancelación de ruido y así poder terminar bien su trabajo. Si lo piensas bien, resulta paradójico ver un 'open office' repleto de trabajadores más aislados que nunca con sus oídos a cubierto...

FastCompany se apunta al bombardeo de esta nueva moda, y cita un estudio en el que destaca que los trabajadores con despacho son interrumpidos casi un 30% menos que aquellos que ocupan lugares abiertos o en cubículos, las soluciones intermedias. Por otro lado, las oficinas abiertas cercenan toda privacidad y momentos de asueto, por motivos evidentes ¿A quién no le ha sentado bien echar una partida a algún juego on-line o bien pegar un vistazo a Facebook? Todo sea por despistarse un momento para seguir después trabajando. Como podrás suponer, en un entorno abierto el trabajador se siente vigilado por sus compañeros de trabajo y las distracciones serán casi clandestinas, algo que algunos jefes verán como bueno, pero en el fondo sabemos que esto es a la larga contraproducente.

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Por si todo esto fuera poco, otro estudio llevado a cabo sobre las 'open offices' arroja otro dato preocupante, y esta vez concierne a la salud: es mucho más fácil que caigas enfermo si trabajas sin paredes que si lo haces dentro de tu propio despacho. Como podrás suponer, en un entorno cerrado permaneces inmune a un estornudo ajeno, pero no así en una oficina abierta. Visto lo visto ¿son tan malas las oficinas abiertas como las pintan los últimos estudios? Sí para algunas cosas, pero no, evidentemente, para otras. Si el trabajo a desempeñar requiere la colaboración constante en equipo y el intercambio de pareceres, derribar las paredes ahorrará tiempo y aumentará el dinamismo de la comunicación en el equipo. Posiblemente la alarma surja cuando el grueso de nuestro trabajo requiera concentración y poco intercambio de impresiones. Ahí sí padeceremos el lado menos amable de las oficinas abiertas...

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