En 2010, Apple revolucionó una industria –otra de las tantas que ya ha revolucionado a lo largo de su historia–. Aquel año, el mítico Steve Jobs se subió al escenario y presentó oficialmente la primera generación del iPad, una gama de dispositivos intermedia entre los smartphones y los ordenadores que prometía ser el futuro de la computación, pues unía lo mejor de ambos segmentos en un único producto

Aquel primer iPad era, cuanto menos mejorable. Carecía de multitarea (aunque llegó más tarde con iOS 4), su cantidad de memoria RAM era demasiado escasa (lo que conllevó una pérdida de rendimiento considerable con el paso de los años), resultaba grueso y la resolución de la pantalla era escasa. No obstante, como concepto y como idea, apuntaba muy alto, y las posibilidades parecían ilimitadas.

Esa misma sensación inicial se fue haciendo realidad poco a poco con los posteriores modelos de iPad y la llegada de nuevas aplicaciones a la App Store diseñadas exclusivamente para la tablet de Apple. Y como no podía ser de otra forma, esa mejora constante e imparable se tradujo en ventas y beneficios para Apple, la cual estaba realmente satisfecha de cómo esta nueva categoría de producto estaba funcionando.

No obstante, en el último año las ventas de iPad han decrecido respecto al año anterior (exceptuando el primer trimestre correspondiente al lanzamiento del iPad Air y del iPad Mini 2), lo que ha hecho saltar algunas alarmas dentro y fuera de Apple. ¿Están las tablets tocando techo? ¿Qué puede hacer Apple para cambiar esto?

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Las tablets siempre han sido vistas como un complemento al smartphone y al ordenador. Pero ahora que las pantallas de los smartphones están tomando vitaminas y que los ordenadores están a dieta, las tablets quedan en una posición algo comprometida. Para pequeños trabajos on-the-go y consumos puntuales de contenidos multimedia, podemos sacar nuestro smartphone de unas 5.5 pulgadas, el cual cuenta con una pantalla de generosas dimensiones y, además, siempre vive en nuestro bolsillo. Si queremos consumir contenidos multimedia durante tiempos prolongados o trabajar de verdad, podemos sacar el MacBook Air (o cualquier otro ultrabook de última generación), el cual ofrece muchas más posibilidades de trabajo que cualquiera de los últimos iPads sin sacrificar en exceso el grosor y el peso.

El software es la clave para lograr revertir la delicada situación a la que se enfrentan los iPadsEs decir, con los avances en el campo de la telefonía y de los ultrabooks, se agotan las razones para llevar un iPad con nosotros. Eso que le hacía tan especial (la portabilidad, la extensa autonomía y la pantalla de tamaño intermedio), también lo encontramos fácilmente en otros dos dispositivos que siempre están presentes en nuestra jornada, como son el smartphone y el portátil. Así pues, los iPad –y las tablet en general– necesitan un punto de inflexión que siga justificando su compra. Y ese punto de inflexión pasa nada más y nada menos que por el software.

El iPad Air 2, por ejemplo, es un excelente tablet en términos de hardware. Supera en rendimiento a portátiles de hace dos o tres años (como el MacBook Air), cuenta con una pantalla de altísima resolución y ofrece una autonomía de unas 10 horas. Todo ello en un cuerpo muy delgado y ligero que colabora a una mayor portabilidad y a una mejor manejabilidad, lo que, a su vez, se traduce en una mayor versatilidad. Poco podemos protestar en este aspecto.

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El software es una historia completamente diferente. Si bien iOS 8 ha incorporado novedades interesantes como las extensiones (que abren un mundo totalmente nuevo a los desarrolladores), sigue sin ser suficiente. El iPad necesita nuevas funciones de software que expriman ese gran hardware y que permitan hacer mucho más a sus usuarios. Necesita diferenciarse más de los smartphones (los cuales están comiéndole el terreno debido a ese aumento de pantalla y de potencia) y acercarse un poco más a los ordenadores. Es decir, Apple debe acercar el iPad un poco más al mundo de la productividad y de la creación de contenidos, un mundo que, si bien ha estado presente desde los inicios del iPad, no ha sido el foco principal.

Para acercarse a ese mundo, Apple debe mejorar radicalmente el software. Y para ello, aunque pueda parecer surrealista, Apple puede aprender muchísimo de Samsung y de su gama Galaxy Note, la cual cuenta con numerosas funciones realmente útiles orientadas a la productividad. Dos ejemplos: la pantalla dividida (que permite ejecutar dos aplicaciones al mismo tiempo) y las ventanas flotantes sobre el escritorio.

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Obviamente no sugiero que Apple deba copiar directamente estas características; lo que sugiero es que las tome como inspiración y que tome ese mismo rumbo que está tomando Samsung con la gama Note. Eso sí, manteniendo unas características propias de Apple que reflejen el hacer de la compañía de Cupertino.

Tarde o temprano, las tablets y los portátiles acabarán fusionándose en uno.Esta necesidad de que el iPad se asemeje cada vez más a los ordenadores portátiles y menos a los smartphones junto con la llegada de los wearables y el crecimiento de los smartphones en tamaño sostiene una teoría que, personalmente, lleva en mi mente bastante tiempo: las tablets y los portátiles acabarán fusionándose tarde o temprano.

Si nos fijamos, poco a poco se están reduciendo las diferencias entre los portátiles y las tablets. Ambos convergen hacia un mismo punto: los portátiles cada vez son más ligeros y muchos ofrecen pantallas táctiles de alta resolución con interfaces adaptadas a estos nuevos modos de interacción de usuario (véase Windows 8.1); al mismo tiempo, las tablets cada vez están perdiendo más fuelle, y la única salida parece ser una apuesta por la productividad, un campo que estaba mayormente reservado a los ordenadores portátiles. Es decir, los portátiles están tomando conceptos de las tablets y viceversa, hasta que llegue un punto en el que las diferencias sean mínimas y se conviertan en una única categoría de producto. Pero eso es un futuro que aún puede quedar un poco lejos, ya saben.

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